Su tiempo se había acunado en ese lugar donde la vida
se diluye entre quimeras.
Allí en donde la sinrazón desafía con astucia a la infelicidad,
en donde se ignora que más allá del libre vuelo de las mariposas existen
los hombres que encarcelan la razón y el pensamiento
No, ella no sabía aún nada acerca del desgarro ni de la desesperanza.
Sólo cuando esa oscuridad que la acorralaba le puso una escalera hacia la luz, porque el cielo se desnudaba de estrellas,
descendió ansiosa por conocer qué era la vida.
Buscaba corazones para compartir latidos bajo las farolas
y amor entre las piedras de las calles.
Viajó con su mochila cargada de días inocentes y arrinconó el agotamiento
de su asombro en una esquina acariciando las páginas húmedas y amarillentas de un libro que la bondad del viento regaló a su soledad.
Y deletreó palabras que estremecieron su alma. Y supo del horror,
de la injusticia, del dolor y de la muerte.
En aquel caos que empezaba a descubrir, en el ensordecedor sonido
de la miseria humana, no alcanzó a oír el estampido que acalló su ilusión
por conocer la cordura.
Algunos temieron, entonces, que ella empezara a pensar. A sentir.