El extenuado y sediento viajero vio que le hermosa mujer del oasis avanzaba hacia él cargando un ánfora en la que el agua danzaba al ritmo de las caderas.
—¡Por Alá —gritó—, dime que esto no es un espejismo!
—No —respondió la mujer, sonriendo—.
El espejismo eres tú.
Y en un parpadeo de la mujer, el hombre desapareció.
Confursaciones...
De regreso del trabajo, se acomodó en su asiento y entornó los ojos para intentar jugar a su juego diario preferido.
A su alrededor, como siempre, varias personas hablaban por teléfono.
Ese día tuvo suerte:
- Pues sí, el niño no me come nada.
- ¡Eso lo arreglaría yo con un par de sopapos!
- No, si ya lo intenté pero ni así.
- Tú hazme caso: ésos, ¡solo entienden la mano dura!
- Y además, me tose un poco.
- ¡Si no te atreves tú, me planto allí y verás cómo dejará de toserte!
- ¿Lo harías? No sabes cómo te lo agradecería.
- ¡Solo tienes que decirme cuándo!
- ¿Qué tal mañana sábado a mediodía?
- ¡Allí estaré!
- No olvides traerte el estetoscopio. La comida la pongo yo.
- ¡Ya verás cómo ese bellaco dejará de molestarte!
A veces, en los lugares públicos como los trenes de cercanías,
la mezcla de conversaciones telefónicas contiguas puede
dar pie a pérfidos malentendidos
Bajó del tren y vio que, a lo lejos, destacando su hermosa melena morena entre la multitud, ella le estaba esperando.
Sin pensarlo dos veces soltó las maletas y, abriéndose paso entre el gentío,
salió corriendo a su encuentro.
Hacía más de tres meses que, por cuestiones de trabajo,
había estado fuera de casa.
Se fundieron en un abrazo y él, ajeno a todo lo que les rodeaba,
la estrechó fuertemente girando con ella un par de veces.
El bullicio se convirtió en murmullo y los avisos de megafonía anunciando trenes de ida y vuelta, de costumbre estridentes y molestos, pasaron casi inadvertidos. Solo oían los latidos de sus corazones, acompasados, al unísono.
Y así estuvieron varios minutos, sin pronunciar una sola palabra, como flotando en una burbuja aislada en medio de la multitud.
La gente, sonriente, les miraba casi con envidia.
Poco a poco, los viajeros y sus acompañantes fueron desapareciendo
del vestíbulo de la estación de tren y las indicaciones de la megafonía dejaron
de golpear la cúpula. Quedaron solos.
- Cariño –dijo ella de repente, con la mirada como perdida en la lejanía- debemos ir a la policía.
- ¿A la policía? –exclamó él, alarmado- ¿Y eso por qué?
- Tus valijas han desaparecido.
Voraz lectura...
A Jorge y Lidia les sorprendió la extrema atención con que la delicada y frágil ancianita que estaba sentada frente a ellos leía el libro
que tenía entre las manos.
Tal era su concentración que ni los frenazos del autobús ni las bruscas aceleraciones o las curvas le hacían apartar los ojos de la página.
El libro estaba forrado con papel de periódico, a la vieja usanza de quienes,
no teniendo grandes recursos, protegían de forma responsable ese bien que no les pertenecía: el libro prestado.
En voz baja, Lidia le dijo al oído a Jorge: -“Lo que el viento se llevó”.
Divertido, Jorge sonrió.
A los pocos segundos le dijo a Lidia al oído: -“Guerra y Paz”.
Al poco tiempo, Lidia aventuró: -“Los Miserables”. Turno de Jorge: -“Cien años de soledad”. Lidia: -“La Divina Comedia”. Jorge: -“Ana Karenina”.
En eso que el autobús pegó un frenazo más brusco que de costumbre y los dos amigos se vieron con la ancianita y el libro entre los brazos.
Tras las disculpas y las gracias de rigor, todo el mundo volvió a su sitio pero no sin que antes, Lidia, a quién le tocó el libro, le echara un ávido vistazo al título. Jorge, impaciente, reclamó información:
-¿Qué? -Lidia, como sacudida todavía por el frenazo, le dijo muy bajo al oído: -”Los 120 días de Sodoma”, del Marqués de Sade!
-Los dos estudiantes de literatura se miraron sorprendidos y,
en silencio, discretamente, casi estallaron a reír.
La fuga.
- Oscar, ¿acaso sabes el susto que me has dado?
¡Toda la mañana quién sabe por dónde!
¡Te estuve buscando por todas partes y no te encontré!
¡Ya no sabía a quién llamar o a quién acudir!
¿Te das cuenta de que te podía haber atropellado un coche?
O peor aún: ¿Te imaginas si alguien te llega a secuestrar?
¿Dónde hubiese tenido yo que ir a buscarte?
¿Qué hubiera sido de mí sin ti?
¿Qué te hubiese ocurrido por ahí fuera con la de gente mala que hay suelta? ¡Que no se te ocurra hacerme esto nunca más!
¿Me oyes? ¡Nunca más!
A María se le rompió la voz y acabó su reprimenda entre sollozos desconsolados. Mientras, Oscar, sentado frente a ella, con los oídos y los ojos bien atentos,
sin parar de mover la cola, no dejaba de mirar las manos de su ama esperando que le diera de una vez por todas la galletita
con sabor a ternera que tanto le gustaba.
Burton & Charly
La avenida sobrevive ruidosa a un domingo inusual.
El sol filtra en sus rayos aves rapaces que apuntan directos al corazón.
Una duda existencial se eleva de las cloacas y los autos,
derretidos, asfixiados, aceleran el proceso.
Charly mira su reloj de bolsillo.
Suspira a los perros que pasean a unos dueños acicalados en salones de belleza, donde cuelgan espejos que reflejan no más que a hombres que coleccionan relojes de bolsillo pero nunca tienen tiempo.
Charly consulta de nuevo las agujas. Inquieto.
Frente a él, diez plantas de gigantes balcones componen un imponente edificio ocre en el que psicópatas románticos ven la televisión
o riegan botánicos de plástico.
El hormigón oculta el blanco del sol: los pájaros se estrellan,
la filosofía se materializa en barro y toda la ciudad se colapsa.
Chuchos asustados aúnan sus lamentos a el placer de las prostitutas
que también gimen como perras.
El aire se ha parado en las autopistas.
Las iglesias tocan a muerto.
Y Charly que conoce su hora,
comienza a cavar su fosa, porque a las 21:00 horas esta historia finalizará.
El sólo quiere una última onza de chocolate.
Morir con el dulce sabor del cacao y el sonido de Elvis tocando
en todas las radios.
Aquellos párrafos
El párrafo está formado por diez renglones al principio de la página, en letra Times, tamaño 12, a veces engorda por efectos de un malabarismo entre dos teclas, a veces se pone moreno, gira a la derecha o se centra e incluso se ajusta a la izquierda, allí se siente más cómodo, aunque a veces las izquierdas…
Su vida gira en un blanco espacio limitado por barras grises, apenas insinuadas pero tan fuertes que aunque muera en el intento no las podrá superar.
Es lo que tienen los barrotes, aunque se maquillen de márgenes.
Pensándolo bien no tiene muchas opciones, y si me apuran, ninguna.
Su destino está escrito.
Sin embargo, a veces se permite ciertas libertades
y con eso se conforma.