No podía asegurar con exactitud cuánto tiempo había respirado aquel mundo porque el tiempo era ajeno a sus medidas,
unas veces eran edades y otras, simples instantes.
Según se moviera su espíritu, la eternidad precedía sus huellas o fue ayer cuando empezó a respirar los cielos de aquel lugar sobre las estrellas.
Pero eso no importaba, no, no importaba en absoluto pues el tiempo
se había cumplido y él lo sabía.
Y se tumbó en la hierba, y sintió el violeta intenso de sus cielos dentro
de su alma. Y sonrió, pues el eco de una voz lejana acunaba su sueño, preparando para él una máscara de vida, una portentosa y maravillosa máscara con la que desenmascarar su letargo.
El mascarón de proa de su nueva travesía...