jueves, 31 de enero de 2013

Siempre soñé con llegar a convertirme algún día en un ser humano.


Siempre soñé con llegar a convertirme algún día en un ser humano. 
Soy consciente de que esto no es para nada simple. 
Sería más fácil si como otros me dedicara a la noble tarea de producir antimateria.
 Pero no, yo quiero ser humano. Muy pocos han egresado de la Escuela de Humanidades.  Lo que debe aprenderse acerca del conocimiento y el pensamiento humano
 no sólo es complejo sino interminable.
 Un sólo error es motivo suficiente para la expulsión. 
A esto hay que agregar el aislamiento y la soledad que se impone para poder asimilar
 algo del incierto espíritu humano. 
Sin embargo, los beneficios están a la vista: un aumento considerable en el margen de privilegios para los estudiantes de Humanidades, la visa de la transmigración, el poder 
la palabra, y sobre todo la posibilidad de reproducción.
 Ello, ciertamente justifica las penurias cognitivas y los sacrificios metafísicos que debe soportar todo aquel peyonita que desée ser humano.
Todo es posible de hacer para un peyonita que se desafíe a hacerlo.
 Lo más difícil, la prueba de fuego, de la que muchos desisten es la "consigna final".
 El último paso antes de convertirse en ser humano. 
Es en este momento donde estoy, yo y mi existencia, sometidos a la "consigna final"
 que definirá mi destino para lo que queda de tiempo cósmico. 
El tribunal me ha dado la consigna final: "Peyonita para convertirte en ser humano deberás desaprender todo lo aprendido en tus estudios".
 El rayo humanizador apunta directo a mi cabeza.
 Cuando despierte, en algún lejano rincón de la galaxia, habré olvidado todo lo que sé 
y desde la absoluta ignorancia comenzaré a vivir como humano.
 Será genial. Estoy feliz.