Me sacaron de la celda a empujones, ataron mis manos y me vendaron los ojos,
sin hacer caso a mis suplicas y reclamos.
Fui obligado a entrar a ese lugar donde me dejaron solo sentado en una silla, por varios minutos, yo estaba aterrado ante lo que me podría ocurrir, pero sabía que por mi bien
era mejor mantener la tranquilidad y ser valiente.
Mientras trataba de calmarme, pude escuchar las voces de dos personas
que entraron a la habitación.
Uno de ellos acercó su boca a mi cara y con su inmundo aliento a licor y tabaco,
me dijo, susurrante:
- Ya nos tienes cansados con eso de que no sabes nada y de que eres inocente,
así que esta es tu última oportunidad para hablar por las buenas
¡Entendiste!
¡Soy inocente! ¡No sé nada!
Me callaron con una bofetada.
Lo siguiente fue el tormento más atroz que se puedan imaginar, me golpearon en todas las partes del cuerpo, mi rostro fue metido a una cubeta de agua con sal, sentí impactos eléctricos por los dedos, torcieron mis brazos, incluso ese maldito quemó mi mano con su cigarrillo.
Todo ello mientras repetían sin cesar:
- ¡Habla mierda!
- ¡Confiesa hijo de p.!
- ¡Confiesa!
Yo respondía siempre igual, y con menos fuerza cada vez, soy inocente, soy inocente...
Perdía la conciencia por algunos minutos y cuando despertaba continuaban con el castigo.
Al final y cansados de torturarme escuche comentar a uno de los agentes:
- ¿Crees que sepa algo?
- No, no lo creo ya hubiera hablado.
Fui desatado, me sacaron la venda de los ojos, me dieron ropa seca y una frazada;
mientras el mismo tipo que me interrogara con tanta insistencia mirándome condescendientemente dijo:
- Bueno, hijo esperemos que no te enfermes.
Ya sabes aquí no pasó nada.
Al salir de ese cuarto, casi a rastras, apoyándome en las paredes,
me crucé con el otro muchacho que estaba conmigo en la celda
y que igual que a mí lo habían vendado y atado.
Que lástima el sí era inocente.