Ellie sabía que era un electrón, lo supo desde el momento de su nacimiento, cuando se separó de Posie el positrón, su hermano gemelo pero de carga contraria.
Ellie sintió que comenzaba a girar hacia la derecha.
La vida parecía divertida, te llevaba siempre hacia la derecha.
Pero mirando hacia atrás pudo ver que Posie giraba hacia la izquierda, describiendo una curva como la suya, pero en sentido contrario.
Los científicos observaron la cámara de niebla y las trazas de las partículas dibujarse en el interior.
—Ese es un electrón —dijo uno de los científicos.
—Y ese es un positrón —dijo el otro.
—Pero cuando surgieron del fotón inicial era imposible saber cuál era el electrón y cuál el positrón.
—Eso es cierto, pues las funciones de onda de ambas partículas no estaban determinadas. Cada partícula era electrón y positrón a la vez.
—Y ha sido hasta que supimos que una de las partículas era un electrón que la otra forzosamente debía de ser un positrón.
—Por conservación de la carga y del momento.
—Si hubiésemos detectado primero al positrón habríamos sabido que el otro era un electrón.
—Por conservación de la carga y del momento.
Y porque la naturaleza depende del observador.
Una partícula no está determinada, no es algo concreto,
sino hasta el momento en que es observada.
Y así, los científicos siguieron con su conversación.
Y Ellie, que sabía que era un electrón y siempre lo había sido, seguía girando y girando hacia la derecha, ajeno a las teorías de los hombres, inmerso en el campo magnético, recibiendo golpecitos de fotones que le causaban cosquillas.