Ambos llegaron puntualmente, les sirvieron su café y conversaron.
Se pusieron al día de sus hijos, de sus rutinas y hasta se atrevieron a hablar de fútbol —uno era del Boca y el otro de River—
entre chanzas de otros tiempos.
Volvieron a sentirse tan cercanos, que fue una lástima cuando el pequeño, inocentemente preguntó: «¿Te acuerdas del pueblo?», y el mayor recuperando el rencor heredado, contestó que no y se marchó sin despedirse como el día de la lectura del testamento.