lunes, 2 de septiembre de 2013

Aquella relación de tres...Ekaterina. Gustavo y lo CUÁNTICO (Un simple cuento) (30237)

O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space.
 WILLIAM SHAKESPEARE  ... Hamlet, acto II, escena 2

Al mirar el campo a través de las ventanas, rememoró uno de los apacibles días de campo en compañía de su familia, ésos que disfrutó durante su infancia; casi podía escuchar de nuevo a su padre tratando de explicarle qué era lo que hacía caer las cosas al suelo, que extraña influencia nos mantenía pegados a la tierra y evitaba que saliéramos volando al espacio, contándole una vez más la leyenda de Newton y la manzana; mientras, volteaba la carne en el asador y mordía una cebolla chamuscada. 

Sin embargo, cuando el exterior se transformó en una zona boscosa y los árboles pasaban a toda velocidad ante su vista como si fueran una cápsula de la NASA simulando fuerzas g’s, Gustavo recordó que estaba en un tren maglev de alta velocidad rumbo a Ginebra, cerca de la frontera con Francia donde se encontraban las instalaciones del aún llamado CERN, el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares.

            El CERN seguía siendo el centro de investigación en física de altas energías más grande de la tierra, pero desde la puesta en marcha del LHC, el Gran Colisionador de Hadrones; se había convertido en el punto focal de atención de todas las sociedades físicas del mundo.

 El superacelerador estaba formado por un anillo de 30 kilómetros de perímetro, dividido por varios detectores con funciones diversas, así como centros de control a distancia; gigantescos campos electromagnéticos aceleraban las partículas cargadas a velocidades relativistas, alcanzando energías mayores a cien gigaelectrón voltios, la energía de unificación electrodébil.

Gustavo era un físico  doctorado en el Instituto Max Planck de Física Gravitacional.

 Durante su estancia en Alemania publicó algunos artículos relacionados con la unificación gravitacional, los cuales despertaron gran interés por su tratamiento novedoso de la Supersimetríay lo convirtieron en una referencia obligada para las investigaciones de gravedad cuántica.

Años después Gustavo se había integrado al grupo de investigación del CERN.

            La excitación lo inundaba especialmente aquella tarde, regresaba de pasar unos días en Berlín, había presentado una ponencia en el Taller Internacional de Gravitación, donde había sido cuestionado sin piedad por el célebre Dr. Alcubierre, quien dudó de la posibilidad de que los experimentos fueran realmente una prueba de la Supersimetría; también le indicó la posibilidad de efectos gravitacionales cuánticos pero Gustavo afirmó que no los creía posibles.

—A excepción... de que produzcamos “La Partícula de Dios” —, refiriéndose al bosón de Higgs.

Desde principios del siglo XXI existían una pléyade de teorías que pretendían llevar a cabo “La Gran Unificación”, la unión en un solo marco teórico completo de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza:
 la fuerza electromagnética, la fuerza nuclear débil, la fuerza nuclear fuerte y, por supuesto, la gravedad. 

Entre las más prometedoras, se encontraban la teoría de Supercuerdas y la Gravedad Cuántica de Bucles.

 Sin embargo, en épocas más recientes, el posible descubrimiento de las partículas de la Supersimetría inclinaba la balanza a favor de ésta última. 

En vez de tomar el avión directamente a Ginebra decidió pasar un par de días en Berna como un simple turista, quería distraerse un poco de lo discutido durante las charlas del Taller.

 Se registró en un hotel barato y se dedicó a pasear por la ciudad. 
El segundo día de su estancia recibió la llamada por twitterphone de Ekaterina vía Internet 2.0 en su iPad-Next mientras desayunaba; no pudo evitar quemarse la lengua con el café al ver cómo la imagen de la hermosa mujer de pelo rojizo y ojos de miel se materializaba en la pantalla. 

Su colega le informó que se requería su presencia en el laboratorio lo más rápido posible; los últimos resultados eran muy desconcertantes y a la vez prometedores. 
Creían tener un descubrimiento muy importante, si se confirmaba.

―Desde luego requerían su opinión “teórica” ―pensó él divertido.

Prometió llegar esa misma noche, ella aceptó gustosa y se despidió mandando un beso que Gustavo deseó que lograra atravesar la pantalla de polimerflex portátil.

 Pidió la cuenta y, después de pagarla, dobló la pequeña tableta Apple, tomándola con la mano como si fuera una vieja revista.

 Lamentó nuevamente el rechazo de Ekaterina a su invitación al congreso de Berlín; hubiera podido pasar esos días en Berna en compañía de ella .
 Pasó a su hotel a recoger sus pertenencias y se encaminó a tomar un tren a Ginebra.

La confirmación experimental de su teoría significaba
 el premio Nobel sin duda. 
Y más que eso: haría posible comprender cabalmente el funcionamiento del universo desde ese momento hace 13,820 millones de años, cuando todo inició. Estos pensamientos mantenían a Gustavo como un átomo excitado emitiendo rayos X, mientras el tren se desplazaba levitando, suave e inexorable.

Cuando llegó a la estación de Ginebra Ekaterina Boranova lo recibió cubierta por un vestido negro que marcaba maravillosamente sus curvas y después de darle un fuerte abrazo le dijo al oído:
 Qué bueno que llegas pronto Gustavo, ya te extrañaba. 
Tenías razón, fue un error no acompañarte a Berlín, pero estoy dispuesta a repararlo... 
Media hora después ya estaban en el departamento de ella, cerca de  las instalaciones del CERN.

―Creí que era urgente llegar al centro de control ―exclamó Gustavo. Ekaterina  rodeó con sus brazos el cuello de él, besándolo intensamente.

―No Gustavo, sólo quería que llegaras pronto, sé cómo te gusta quedarte de turista a la primera oportunidad ―susurró ella mirándolo a los ojos de él. 

Gustavo decidió que no era momento para reflexiones estúpidas y colocó sus manos en las firmes caderas, acariciándolas.
 Bajo las manos y subió la suave tela del vestido, sintiendo la cálida piel rusa, una deliciosa paradoja.

Más tarde, yacían abrazados bajo la tenue luz de la sala, su desnudez cubierta sólo por una manta roja, cual extensión del cabello femenino. 

―Estamos emocionados y a la vez desconcertados por los resultados de las colisiones Gus ―dijo mientras apretaba su muslo derecho contra el abdomen de él.

―Por eso fue que tomé el tren en cuanto recibí tu llamada, Ekaterina.

 ¿Es cierto que no sólo se registraron eventos de creación supersimétrica sino también colisiones que podrían significar la presencia del bosón de Higgs?

―Así es, Gus ―respondió ella. 
Las simulaciones de sucesos aniquilación materia-antimateria son idénticas a los sucesos reales, excepto por la presencia inesperada de ciertas partículas.

―¿Qué partículas?

―Algunos neutrinos tauónicos ―Gustavo la miró con asombro— no deberían estar, ¿cierto?.
―Su presencia solo puede deberse a la cascada de decaimiento que generaría el Higgs ―exclamó él incorporándose del cómodo sofá.
 Pero este es un resultado totalmente imprevisto.
 ¿Cómo es que un experimento que casi vuelve obsoleto el modelo estándar a la vez obtiene la partícula del campo de Higgs?

―No sabemos exactamente qué significa Gus ―Ekaterina parecía animada. 
Por supuesto puedes ver que si es así, podríamos no sólo lograr reproducir las condiciones más primitivas del universo y poder “ver” su origen. 
Además podemos desentrañar el misterio de la masa inercial y estudiar al causante, ¡el bosón Higgs! ―exclamó emocionada Ekaterina.

―No entiendes... este experimento no estaba preparado para la aparición del Higgs ―dijo Gustavo con un tono alarmado—. 
Su mirada estaba fija en la flama de una vela de la mesa de centro, parecía que veía algo que le causaba espanto.

Recordó las palabras del viejo Alcubierre: “¿Esta seguro, Dr. Gustavo,
 de haber tomado en cuenta la posible aparición de efectos gravitacionales cuánticos?”. 

Gustavo comprendió la estupidez que había cometido y sintió temor ante lo que podrían significar los resultados del experimento.

—Sin un aislamiento electromagnético especialmente diseñado para limitar el número de partículas, el bosón interaccionará con ellas sin control —reflexionó Gustavo—.
 Y eso significa... ¿está realizando Nobusuke más sucesos de colisión...?

―¡Demonios! ¡Ya sé a lo que te refieres...! ―exclamó Ekaterina con horror—.
 El bosón de Higgs es el portador de la masa, comunica a las partículas dicho efecto.
 Y según el viejo Herr Einstein la densidad de masa curva al espacio-tiempo, si dicha curvatura alcanza cierto límite puede crearse... ¡una singularidad!

—¡Exacto! ¡He cometido el peor error de mi vida! ―gritó Gustavo al tiempo que se ponía los pantalones y la camisa apresuradamente. 
Debemos comunicarnos con Nobusuke inmediatamente. 
Ekaterina ya marcaba el código privado del ingeniero responsable del alimentador de antimateria

En uno de los centros de telecontrol Nobusuke Nishijima bebe una taza de té caliente, acaba de poner en marcha el experimento de mayor energía hasta el momento, justo el que Ekaterina y él creen que estará de acuerdo con las simulaciones produciendo el Higgs. 

Hubiera querido consultar antes de hacerlo, pero según su pelirroja colega ―que habló con Gustavo esa mañana― llegara hasta el siguiente día. 
Considera que la desazón que siente es sólo paranoia injustificada.
 Se enciende una luz roja en el tablero de control, en seguida se escucha el zumbido que le indica a Nishijima que lo llama alguien del Centro. Aprieta el botón de su auricular y casi no reconoce la alterada voz de Ekaterina.

―¡Nobusuke! ¡Detén el experimento inmediatamente! 
¡Corremos un peligro mortal!

—¿Qué es lo que pasa? 
—gritó el ingeniero en repetidas ocasiones, como un eco.

Nishijima tecleó rápidamente las instrucciones para comenzar la interrupción.

Fue demasiado tarde. 
Las alarmas empezaron a sonar al tiempo que los datos de los decaimientos desaparecían de las pantallas.
 Una sección de 7 kilómetros del anillo toroidal del superacelerador desapareció en una implosión que se tragó la zona boscosa que le rodeaba. Una gran esfera incandescente empezó a crecer, volviéndose cada vez más brillante, generando un remolino que hacía rugir el aire.

 Todo, desde los átomos que formaban la tierra, los árboles y los edificios del laboratorio, hasta los fotones que inocentemente se encontraban iluminando la zona, fueron devorados por la rasgadura de espacio-tiempo que Gustavo y sus colegas habían creado. 

Los efectos de las mareas gravitacionales se extendieron a la velocidad de la luz; la mayoría de los seres vivientes de la tierra ni siquiera se dieron cuenta de lo que pasaba. 

Selvas, desiertos y ciudades fueron arrasados por igual: la singularidad se desplazó al centro planetario y comenzó a degustar el manto y el núcleo rocoso. Finalmente, llegó al centro cristalino de hierro. 

La terrible esfera engulló sin misericordia el planeta hasta transformarlo en un oscuro fantasma. 
Leves ondas gravitacionales fueron emitidas en el espacio-tiempo, afectando infinitesimalmente las órbitas planetarias.

Todo en el universo siguió igual, indiferente a la efímera existencia de un planeta y a la lúgubre danza elíptica de una brillante luna alrededor de un abismo negro e insondable.

 Una brillante luna que nadie podía ver.