sábado, 14 de septiembre de 2013

Aquellos despropósitos conjugados. (30510)



No existe ninguna teoría sobre los despropósitos. 
Suceden sin más.

Las casualidades hunden las estadísticas.

La remota posibilidad que envuelve el entendimiento entre dos personas, ese brote de química como se le suele llamar, es una chispa perdida, activando la conexión desde un juguetón y caprichoso firmamento que mueve los hilos a voluntad.

Comienza casi como por azar, un  entretenimiento, una armonía de palabras, briznas de ti revoloteando hasta otro lugar… que de regreso son como una caricia tímida elevándose desde las profundidades.

Los días van haciéndolo atractivo, provocando el apego, y en un instante…zas!...el enganche a discreción.

Son momentos cómodos, divertidos, con la travesura de un niño escondido bajo la cama paladeando el chocolate que agarró de la alacena sin que le viera mamá.

A veces ocurren estas cosas.

Hechos que te hacen pensar si tu mente es tan lúcida y resolutiva como creías. 
Si te obedece porque es tuya, o va por libre, y se desactiva cuando percibe el aroma particular de ese eco tan afín a ti, rebotando en tu cristal.

Quizá la verdad se disfrazó de casualidad, y eso sólo fue un motivo más para inventar espacios, compartirlos a dúo  prolongando el tiempo de conexión.

La opción de no fabricar planes y dejar que en una breve extensión de tiempo quepa un universo de palabras. 

Un motivo para compartir con esa persona la genialidad de los despropósitos y saberte cómodo en ese lugar.

Después de todo, tampoco es tan raro.

De sobra conocemos la infinidad de acepciones del verbo amar…

Y todas las artimañas que se gasta para que lo sepamos conjugar.