Primero eligieron el lugar, un remanso en la pendiente, allí donde el arroyo amaga y luego se desboca; después fue extraer la piedra, allanar el terreno y levantar a conciencia las paredes; y en el lienzo solano imaginar una ventana, dejar en ese punto el vano necesario, fijar con arcilla el cristal a la madera y esperar a que el tiempo le entregue su pátina de polvo:
hasta que un día filtre la luz y la aligere de la carga del paisaje.
Mientras tanto ver nacer y morir a las generaciones en la casa hasta quedar casi deshabitada: finalmente un hombre solo que cultiva un huerto mínimo
y extrae, donde antes fue la piedra, ahora las patatas.
Y esperar a que ese hombre deje algunas cerca de esa ventana el tiempo necesario para que la tierra gire la fracción que permita al haz de luz encontrar la faz de la patata; y abrirle ojos que buscarán la luz cuando la noche invada la casa y la montaña, y solo el arroyo mantenga vivo el tiempo.