Ya estaban creados el cielo y la tierra.
Estaban pronunciadas aquellas palabras:
“Hágase la luz” para que hubiera luz separada de la oscuridad.
Dos ya había llamado a la luz día y a la oscuridad noche.
También estaba el firmamento del cielo separado de las aguas.
Y existían juntas las aguas para que apareciera lo seco, y la reunión de las aguas se llamaba mares y lo seco tierra.
Habían brotado sobre la tierra la hierba verde, las plantas y todos los árboles con sus frutos y semillas.
El hombre recuerda que existe el sol que alumbra el día, y la luna y las estrellas que destacan la noche. Unos y otros le señalaban la duración de los días y para medir el tiempo.
También había aves volando por el cielo,
lo mismo que peces y criaturas marinas.
Recordó que él mismo había sido creado el sexto día, luego de los animales. Sabía que era imagen y semejanza de Dios y que debía crecer, multiplicarse, henchir la tierra, someterla y dominar a todos los animales.
¡Qué tarea!
Pero algo le faltaba al individuo que varias religiones,
por comodidad llaman Adán.
Menos de aquel árbol, comía lo que necesitaba; cuando quería estirar las piernas salía a correr al lado de las gacelas que le enseñaban sus saltos y cabriolas, si necesitaba contemplar la belleza, ahí estaba ese otro yo, al que ya había nombrado Eva, que llenaba su corazón de dulces sonidos.
Tenía la palabra, el entendimiento, la inteligencia y era dueño de todo lo que caminaba, nadaba, volaba o se arrastraba.
Y el mandato de someter al caballo para que cumpliera su función de montarlo y al perro para moviera la cola feliz de su regreso al hogar
y a la señora gallina que le regalaba sus huevos.
Y algo, no sabía muy bien qué, le seguía faltando.
Una tarde, mientras contemplaba el atardecer perderse detrás de una montaña cercana, se le ocurrió que esa hora merecía otro nombre.
Y la llamó “crepúsculo” y decidió que sus hijos la llamarían también “oración”, “ocaso”, “víspera”, “ángelus”, “anochecer”.
Y las primeras horas de la oscura noche serían “tuta-tuta”
en el lejano idioma de los incas.
No lo sabía –no tenía cómo saberlo- pero acaba de inventar la poesía.
Se sintió satisfecho.
Y la Creación estuvo completa.
Estaban pronunciadas aquellas palabras:
“Hágase la luz” para que hubiera luz separada de la oscuridad.
Dos ya había llamado a la luz día y a la oscuridad noche.
También estaba el firmamento del cielo separado de las aguas.
Y existían juntas las aguas para que apareciera lo seco, y la reunión de las aguas se llamaba mares y lo seco tierra.
Habían brotado sobre la tierra la hierba verde, las plantas y todos los árboles con sus frutos y semillas.
El hombre recuerda que existe el sol que alumbra el día, y la luna y las estrellas que destacan la noche. Unos y otros le señalaban la duración de los días y para medir el tiempo.
También había aves volando por el cielo,
lo mismo que peces y criaturas marinas.
Recordó que él mismo había sido creado el sexto día, luego de los animales. Sabía que era imagen y semejanza de Dios y que debía crecer, multiplicarse, henchir la tierra, someterla y dominar a todos los animales.
¡Qué tarea!
Pero algo le faltaba al individuo que varias religiones,
por comodidad llaman Adán.
Menos de aquel árbol, comía lo que necesitaba; cuando quería estirar las piernas salía a correr al lado de las gacelas que le enseñaban sus saltos y cabriolas, si necesitaba contemplar la belleza, ahí estaba ese otro yo, al que ya había nombrado Eva, que llenaba su corazón de dulces sonidos.
Tenía la palabra, el entendimiento, la inteligencia y era dueño de todo lo que caminaba, nadaba, volaba o se arrastraba.
Y el mandato de someter al caballo para que cumpliera su función de montarlo y al perro para moviera la cola feliz de su regreso al hogar
y a la señora gallina que le regalaba sus huevos.
Y algo, no sabía muy bien qué, le seguía faltando.
Una tarde, mientras contemplaba el atardecer perderse detrás de una montaña cercana, se le ocurrió que esa hora merecía otro nombre.
Y la llamó “crepúsculo” y decidió que sus hijos la llamarían también “oración”, “ocaso”, “víspera”, “ángelus”, “anochecer”.
Y las primeras horas de la oscura noche serían “tuta-tuta”
en el lejano idioma de los incas.
No lo sabía –no tenía cómo saberlo- pero acaba de inventar la poesía.
Se sintió satisfecho.
Y la Creación estuvo completa.