jueves, 30 de enero de 2014

Ángelus... Escritos e ideas.

Foto: Ángelus... Escritos e ideas.

Ya estaban creados el cielo y la tierra.

 Estaban pronunciadas aquellas palabras:
 “Hágase la luz” para que hubiera luz separada de la oscuridad. 
Dos ya había llamado a la luz día y a la oscuridad noche. 
 También estaba el firmamento del cielo separado de las aguas.
 Y existían juntas las aguas para que apareciera lo seco, y la reunión de las aguas se llamaba mares y lo seco tierra. 

Habían brotado sobre la tierra la hierba verde, las plantas y todos los árboles con sus frutos y semillas.

El hombre recuerda que existe el sol que alumbra  el día, y la luna y las estrellas que destacan la noche. Unos y otros le señalaban la duración de los días y para medir el tiempo.

También había aves volando por el cielo, 
lo mismo que peces y criaturas marinas.

Recordó que él mismo había sido creado el sexto día, luego de los animales. Sabía que era imagen y semejanza de Dios y que debía crecer, multiplicarse, henchir la tierra, someterla y dominar a todos los animales.

 ¡Qué tarea!

Pero algo le faltaba al individuo que varias religiones,
 por comodidad llaman Adán.

Menos de aquel árbol, comía lo que necesitaba; cuando quería estirar las piernas salía a correr al lado de las gacelas que le enseñaban sus saltos y cabriolas, si necesitaba contemplar la belleza, ahí estaba ese otro yo, al que ya había nombrado Eva, que llenaba su corazón de dulces sonidos.

 Tenía la palabra, el entendimiento, la inteligencia y era dueño de todo lo que caminaba, nadaba, volaba o se arrastraba.
 Y el mandato de someter al caballo para que cumpliera su función de montarlo y al perro para moviera la cola feliz de su regreso al hogar
 y a la señora gallina que le regalaba sus huevos.

Y algo, no sabía muy bien qué, le seguía faltando.

Una tarde, mientras contemplaba el atardecer perderse detrás de una montaña cercana, se le ocurrió que esa hora merecía otro nombre. 

Y la llamó “crepúsculo” y decidió que sus hijos la llamarían también “oración”, “ocaso”, “víspera”, “ángelus”, “anochecer”.

 Y las primeras horas de la oscura noche serían “tuta-tuta”
 en el lejano idioma de los incas.

No lo sabía –no tenía cómo saberlo- pero acaba de inventar la poesía.

Se sintió satisfecho.

Y la Creación estuvo completa.

Ya estaban creados el cielo y la tierra.

Estaban pronunciadas aquellas palabras:
“Hágase la luz” para que hubiera luz separada de la oscuridad. 
Dos ya había llamado a la luz día y a la oscuridad noche.
También estaba el firmamento del cielo separado de las aguas.
Y existían juntas las aguas para que apareciera lo seco, y la reunión de las aguas se llamaba mares y lo seco tierra.

Habían brotado sobre la tierra la hierba verde, las plantas y todos los árboles con sus frutos y semillas.

El hombre recuerda que existe el sol que alumbra el día, y la luna y las estrellas que destacan la noche. Unos y otros le señalaban la duración de los días y para medir el tiempo.

También había aves volando por el cielo,
lo mismo que peces y criaturas marinas.

Recordó que él mismo había sido creado el sexto día, luego de los animales. Sabía que era imagen y semejanza de Dios y que debía crecer, multiplicarse, henchir la tierra, someterla y dominar a todos los animales.

¡Qué tarea!

Pero algo le faltaba al individuo que varias religiones,
por comodidad llaman Adán.

Menos de aquel árbol, comía lo que necesitaba; cuando quería estirar las piernas salía a correr al lado de las gacelas que le enseñaban sus saltos y cabriolas, si necesitaba contemplar la belleza, ahí estaba ese otro yo, al que ya había nombrado Eva, que llenaba su corazón de dulces sonidos.

Tenía la palabra, el entendimiento, la inteligencia y era dueño de todo lo que caminaba, nadaba, volaba o se arrastraba.
Y el mandato de someter al caballo para que cumpliera su función de montarlo y al perro para moviera la cola feliz de su regreso al hogar
y a la señora gallina que le regalaba sus huevos.

Y algo, no sabía muy bien qué, le seguía faltando.

Una tarde, mientras contemplaba el atardecer perderse detrás de una montaña cercana, se le ocurrió que esa hora merecía otro nombre.

Y la llamó “crepúsculo” y decidió que sus hijos la llamarían también “oración”, “ocaso”, “víspera”, “ángelus”, “anochecer”.

Y las primeras horas de la oscura noche serían “tuta-tuta”
en el lejano idioma de los incas.

No lo sabía –no tenía cómo saberlo- pero acaba de inventar la poesía.

Se sintió satisfecho.

Y la Creación estuvo completa.