Lo que rompe la magia del encuentro entre dos desconocidos virtuales es la voz. En la voz mueren las ideas. Esa primera ridícula palabra de cortesía a la que siguen cotidianas anécdotas relatadas sin parpadear para llegar a conocerse mejor, encontrar una mínima unión de lo vivido frente a una pantalla y la realidad, hasta que te preguntas qué estás haciendo ahí.
Ella y El inventaron la fórmula que no podía fallar para pasar el trance. Acordaron llegar a las siete en punto del martes a la cafetería y sentarse sin hablar en la mesa del fondo, junto a la ventana.
Ella llevaría el cuaderno, él su bolígrafo favorito.
El proceso, pensaron, sería un éxito.
Acostumbrarse a sus cuerpos, reconocerse en las miradas, en la forma de las manos, los colores de la ropa, sonreír ante sus movimientos, nada rompería todo lo vivido en el más allá, todo sería perfecto,
sus voces no haría saltar al pez de la pecera.
Cuando ocuparon el lugar, sin dejar de mirarse,
El dejó sobre la mesa una nota al camarero: Lo sentimos estamos afónicos,
por favor, café, menta y tarta de queso con frambuesas para compartir. Gracias.
Relajada, Ella abrió el cuaderno, la frambuesa explotó en su boca.
El le pasó el bolígrafo, sonriendo menta.
Ese era el hábitat natural, debían encontrarse en los dibujos de las letras,
tras un año de compartir canciones y poemas.
¿Estás nervioso? Al lado de la interrogación Ella dibujó un corazón de líneas temblorosas, le pasó el cuaderno y tarta.
¿Escuchas?, nuestra canción…Sí. Sustituyó la I por una margarita.
Todo esto es bastante infantil, pero mágico, me gusta.
Sustituyó la A por una estrella.
Las páginas se fueron llenando de millones de letras jugando,
signos de interrogación, puntos suspensivos, suspiros suspendidos, comas mientras comían, exclamativos mientras bebían, dibujos entre frases,
tu mirada, respuestas entre risas…tu risa.
Llegaron a la última página, sólo quedaba un renglón cuadriculado antes de chocar con el cartón que anunciaba el fin del cuaderno.
¿Cómo es tu voz? Escribió El.