martes, 26 de febrero de 2008

Sembrando ( Ali.)


Sus ojos dejaban caer sonrisas como hojas lanzadas al viento. La joven temía a veces quedarse desierta, imaginarse como un árbol de ramas secas. Y sin embargo era mucha la abundancia. Eran perennes sus ganas. Además que le gustaba. Perder sonrisas no es como perder cabello. Se decoran los caminos por los que se pasa. Se tiende un manto de simpatías y algunas sonrisas se disparan.

Si Gustavo Adolfo Bécker hubiera pasado a su lado, sumido sobriamente en sus desamores, a su mente habría venido volando una de sus sonrisas y este poema habría inventado:

“Mi vida es un edén, flor que toco que florece, que en mi camino fetén, voy sembrando el bien, para quien lo merece.”

Sin embargo, por su naturaleza generosa y otoñal, no dejaba de acompañarla nunca cierta nostalgia. Trataba de identificarla, pero no sabía qué podía ser. ¿Ir por ahí perdiendo sonrisas la hacía sentir más pobre? ¿Se hacía mayor su alegría? ¿Falta de vitalidad, nivel bajo de hematocontentos? Era por eso que, aunque la hacía feliz desprenderse de sonrisas allí donde iba y hacía felices a muchos transeúntes, estaba triste.

Un día en un camino se cruzó con un campesino que con un rastrillo agrupaba hojas en varias montañas. Como era de esperar, la joven comenzó a dejar el suelo perdido de sonrisas. Las sonrisas, mezcladas con las hojas, provocaron un remolino y las montañas del campesino se hicieron montecillos.

- Disculpe, fue sin querer, se disculpó la joven al ver al atribulado campesino llevarse las manos a la cabeza.

- Ja ja, respondió él, no se preocupe. Parece que las hojas y sus sonrisas se han enamorado! Están retozando por todo el campo!

Era verdad. A lomos de unas hojas de castaño un par de sonrisas se daban un beso. Bajo una de olmo, otra son risa.

Aquello la sorprendió de veras. Normalmente confundía derramar sonrisas con estar llorando. Pero el revuelo con las hojas era todo lo contrario.

- Pensaba que mis sonrisas se morían cuando llegaban al suelo, dijo ella estornudando una carcajada.

- Pues ya ve que no señorita, dijo el campesino, que uste no pierde sonrisas, sino que las está sembrando!


Adolfocanals@educ.ar

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