miércoles, 5 de marzo de 2008

Amalgama.



El peregrino se detiene un momento y se sienta a un lado del camino para descansar. Muchos días han pasado desde que inició su marcha. El paisaje es a cada paso más inhóspito y las provisiones cada vez más escasas. La empresa que se había propuesto comienza a parecerle una pesada carga difícil de soportar.

Su memoria guardaba el recuerdo de una roca blanca de forma confusa. Al principio la imagen aparecía en raras ocasiones. Poco a poco se fue reiterando con mayor frecuencia hasta convertirse en una obsesión. Comprendió entonces que debía buscarla, pero ¿dónde? Nada sabía de su ubicación. Más tarde sucesivas visiones le revelaron que su extraña roca se encontraba en algún lugar desértico.

Llegado a este punto resolvió consultar con expertos sobre el tema. La teoría de que nuestras almas guardan imágenes de otras vidas pasadas no lo convenció, pero lo llenó de zozobra y de ansiedad.

Los expertos le aconsejaron lecturas que podrían ayudarlo a descifrar el enigma. El relato bíblico lo decidió. Un día partió hacia regiones lejanas y desconocidas. Mucho tiempo transcurrió hasta averiguar la ubicación exacta del páramo que buscaba. Viajó en diferentes vehículos hasta donde fue posible. Luego continuó a pie.

Al cabo de varios días de penoso caminar, su fortaleza empezaba a flaquear y la razón de su empresa iba perdiendo fuerzas.

Detenido a un lado del camino, observa el paisaje que lo rodea. Por primera vez se siente espantosamente solo. Quisiera huir. El silencio lo aturde. Un único recurso le queda: de rodillas, los brazos en alto, implora ayuda al cielo. Desilusionado se deja caer sobre la tierra reseca. Entonces, la imagen se vuelve más nítida, más intensa. Las fuerzas renacen y reanuda su peregrinar.

Varias horas de marcha transcurren todavía, sin embargo ya no pesan como antes. Y, en las primeras sombras del atardecer, distingue cercana la extraña forma blanca. ¡Tantas veces la ha visto que no puede dudar! Avanza hacia ella. Quisiera tocarla, pero no se atreve; teme que el contacto de su mano desvanezca su existencia de siglos.

El lugar le parece increíblemente familiar. No siente ningún temor. De pronto, al contemplar el terreno vasto y desolado, una nueva imagen surge en él. Es una luz muy intensa a sus espaldas; sabe que no puede mirarla aunque la tentación sea grande. Entonces recuerda el origen de la estatua blanca, condenada a un estatismo secular.

Nuevamente siente deseos de tocarla. Alarga su mano, pero se detiene. La maldición podría recaer también sobre él.

Vuelve a su memoria la advertencia de los dos hombres con blancas vestiduras: "Ponte a salvo, no mires hacia atrás ni te detengas en parte alguna..." . Revive la huida, el dolor, la impotencia frente al castigo. La misma que siente ahora ante el testigo inmóvil de la ira divina.

Comprende que ha descifrado el enigma que lo torturaba. Se pregunta si esa revelación le llega de lo alto o de la profundidad de los abismos.

De pronto, una fuerza poderosa lo impulsa a acercarse a la estatua y a rodearla con sus brazos. Un hálito helado se desprende de ella y se apodera de él. Poco a poco ambos cuerpos se confunden...

Esa noche, en la inmensidad del páramo desolado, la luna ilumina la blanca estatua de sal que permanecerá allí hasta el final de los tiempos.

Adolfocanals@educa.r

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