Caminé lentamente, la media luz invadía el lugar , con techos abovedados y un gélido silencio.
No podía quedarme fuera, la lluvia se había desencadenado y no quería mojarme, no tenía otra alternativa aunque me costó empujar la enorme puerta, sentía un terrible miedo.
¿Qué se ocultaba tras ese pórtico, lleno de mágicas escrituras?
El suelo, húmedo y viscoso entorpecía mi capacidad de moverme, pegajoso y en tramos ocupado con grandes contenedores donde rebullía el líquido oscuro.
Me costaba respirar, el calor imperante me hacía transpirar y las gotas de sudor se escurrían por mi frente y mis ojos entorpeciendo la visión del lugar. Sentí pánico, todo se unía para que el terror me inundara los sentidos que me jugarían en cualquier momento una mala pasada.
Silencio, el rebullir del líquido, el humo... y fuera la lluvia y los truenos.
En mis manos esa caja que se iba impregnando de su calor, que la apretaban casi deformándola. A lo lejos oía un latido de alas que aunque era casi imperceptible, invadía el ambiente.
Me moví lentamente hacia la mesa, llené la caja de churros y salí corriendo.
Dejando un surco de sudor de miedo.
Pero valió la pena, estaban muy pero muy ricos.
Adolfocanals@educ.ar

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