Érase una vez una chica a la que le encantaba sonreír, le gustaba mucho poder compartir ese gesto con todo aquel que estuviera con ella, y no sé como lo hacía, pero siempre conseguía sacar una sonrisa a la persona que tenía enfrente, por muy triste o desgraciado que se sintiera.
Ella, la chica, siempre había pensado que sonreír era la mejor manera de conocer el interior de las personas.
¿Cómo? Te preguntarás...
Te voy a contar su secreto.
Lee y presta atención...
A ella le gustaba mucho conversar con todo el mundo, quería conocer y aprender de todo. Quería reír y quería llorar, quería imaginar y quería pensar. Ella siempre estaba dispuesta a escuchar, y cuanto más escuchaba, más le gustaba cómo lo hacía.
Aunque no viera a la persona con la que hablaba, sabía cuando alguien estaba triste. Siempre tenía una palabra para alegrar el corazón, y hacerle sonreír.
Sabía cuando alguien estaba contento, y eso la hacía todavía más feliz, las sonrisas eran continuas.
Sabía cuando alguien estaba preocupado, y juntos intentaban encontrar una solución, también a base de sonrisas, pero cómplices.
Comenzaba a conocer todo tipo de sonrisas, unas tristes, unas alegres, y otras divertidas, todas aliviaban, por lo menos durante un ratito, el corazón y los pensamientos de esas personas.
Y ella, saber que podía hacer sonreír a alguien, le hacía feliz.
Su secreto era sencillo, ella pensaba que:
Una sonrisa no cuesta nada y da mucho. Enriquece a los que la reciben, sin empobrecerla a ella. Sólo dura un instante pero su recuerdo, a veces, es eterno. Nadie es tan rico que pueda prescindir de ella ni tan pobre que no pueda ofrecerla. Nadie necesita tanto una sonrisa como aquel que no es capaz de ofrecérsela a los demás. Siempre lo repetía en sus silencios.
Ella coleccionaba sonrisas de todo tipo, pero no se las guardaba para sí, sino que las repartía a quien las necesitara en un momento determinado. Era por eso, que a ella le gustaba tanto encontrar una alegría diaria, la sonrisa era su principal felicidad, y la sonrisa de los demás, su mayor alegría.
Ahhh, les dije su nombre... María, mi sonriente sobrina.
Adolfocanals@educ.ar
Ella, la chica, siempre había pensado que sonreír era la mejor manera de conocer el interior de las personas.
¿Cómo? Te preguntarás...
Te voy a contar su secreto.
Lee y presta atención...
A ella le gustaba mucho conversar con todo el mundo, quería conocer y aprender de todo. Quería reír y quería llorar, quería imaginar y quería pensar. Ella siempre estaba dispuesta a escuchar, y cuanto más escuchaba, más le gustaba cómo lo hacía.
Aunque no viera a la persona con la que hablaba, sabía cuando alguien estaba triste. Siempre tenía una palabra para alegrar el corazón, y hacerle sonreír.
Sabía cuando alguien estaba contento, y eso la hacía todavía más feliz, las sonrisas eran continuas.
Sabía cuando alguien estaba preocupado, y juntos intentaban encontrar una solución, también a base de sonrisas, pero cómplices.
Comenzaba a conocer todo tipo de sonrisas, unas tristes, unas alegres, y otras divertidas, todas aliviaban, por lo menos durante un ratito, el corazón y los pensamientos de esas personas.
Y ella, saber que podía hacer sonreír a alguien, le hacía feliz.
Su secreto era sencillo, ella pensaba que:
Una sonrisa no cuesta nada y da mucho. Enriquece a los que la reciben, sin empobrecerla a ella. Sólo dura un instante pero su recuerdo, a veces, es eterno. Nadie es tan rico que pueda prescindir de ella ni tan pobre que no pueda ofrecerla. Nadie necesita tanto una sonrisa como aquel que no es capaz de ofrecérsela a los demás. Siempre lo repetía en sus silencios.
Ella coleccionaba sonrisas de todo tipo, pero no se las guardaba para sí, sino que las repartía a quien las necesitara en un momento determinado. Era por eso, que a ella le gustaba tanto encontrar una alegría diaria, la sonrisa era su principal felicidad, y la sonrisa de los demás, su mayor alegría.
Ahhh, les dije su nombre... María, mi sonriente sobrina.
Adolfocanals@educ.ar
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