lunes, 14 de abril de 2008

Érase ... La historia de una botella.


Era una botella común y corriente. Era de cristal, transparente, con un cuello estrecho acabado en un tapón de corcho. Era regordeta, podía contener un litro y medio de cualquier liquido con el que la llenaran.
Aunque, en un principio, ella era una botella de agua con gas.

Lo sé, podía haber sido una botella de agua mineral, o de vino, o incluso de naranjada, pero en la fábrica, donde las llenaban, sólo producían agua con gas.

Además a nuestra botella, le encantaba el agua con gas, le hacía sentirse más esbelta y bonita. Le encantaba que la contemplaran a la luz, con las burbujas bailoteando dentro de ella. Y, cuando la agitaban, para comprobar que el gas hacía efecto, sentía muchas cosquillas. Le gustaba sentir como las burbujas subían por su cuello, y luego bajaban de golpe. Era muy divertido.

Un día pensó en lo que quería ser cuando estuviera vacía. Uno de sus mayores sueños era emprender un viaje. Podía llevar un mensaje de papel dentro de ella, conocer el mar, dormir bajo las estrellas, tener amistad con los animales marinos, juguetear con las olas.

También pensó en ser rellenada de nuevo, con agua con gas, o con cualquier otra bebida. Le gustaba que la miraran, y la acariciaran, y le quitaran el tapón de corcho con mucho mimo, con golpes suaves y haciéndola bailar con los giros.

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Y ahora, tenemos tres finales posibles para este cuento corto...

Primer final:

La botella cumplió su sueño. Una niña que vivía frente al mar escribió un mensaje en el que pedía que quien encontrara la botella se pusiera en contacto con ella. La botella atravesó mares y océanos, jugó con los delfines, y con los peces. Conoció el frío de las aguas, el calor del sol, y el cosquilleo de la arena. Se la tragó una ballena, pero consiguió volar hasta las nubes. Navegó durante días, semanas y meses. Se relacionó con los peces de colores, los cangrejos y los corales, huyó de las medusas que la engañaban, y de las ostras, que atraídas por su transparencia la llamaban para romperla y hacerla añicos.
Llegó a una playa de arena blanca y fina, donde un niño rubio la recogió, y leyó el mensaje.
Ahhhh, la botella terminó encima de una estantería, con un cuadro del mar detrás suya, y caracolas a ambos lados, como señal del viaje que había realizado, y del mensaje que había llevado.

Segundo final:

En cuanto se acabó el agua con gas, un hombre la recogió, la puso junto a otras botellas en una caja de cartón, y cuando ésta estuvo llena de botellas, el hombre tomó la caja y se la llevó a...

Un contenedor.

Allí se rompieron todos los sueños y fantasías de la botella. El único viaje que realizó fue un trayecto corto, junto a sus compañeras botellas, y su final, convertirse en añicos.

Para los que se hayan quedado tristes, tengo que decir que los trocitos de la botella reciclados se transformaron en un frasco de mermelada.

Tercer final:

Un niño que vivía en esa casa tenía que hacer un trabajo de manualidades. Necesitaba una botella, tiza y sal gruesa. El niño agarró la botella de agua con gas, ya vacía, por las características que se relatan arriba, y la subió a su cuarto. Se dispuso a colorear la sal con las distintas tizas de colores, y con una hoja de papel, enrollada como si de un cono se tratase, comenzó a meter la sal en la botella. Dibujó una especie de fondo marino. Y la botella contenta por tener al menos color dentro de ella, se conformó.

Tres finales, para la misma botella.

Adolfocanals@educ.ar

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