martes, 29 de abril de 2008

Imprevisto final.


Él es un soltero empedernido cuarentón poseedor de un jardín y perro enorme.
Ella es una vecina joven, alegre, personalidad arrolladora, espíritu delicado.... traducción: esta buena. Dueña de perrita faldera: "Pichuchi".

"La próxima semana estaré fuera, ¿podrías el Miércoles comprobar que a Pichuchi no le falte alimento?.

El perro de él mira a Pichuchi, babea y dice "Guau". Él la mira a ella, babea, y dice "Sí."

Seis días después aparece su perro sacudiendo entre sus apestosas y enormes fauces el canino y desmayado cadáver de "Pichuci". Lleno de tierra después de haber jugado fehacientemente con él. El maldito asesino, meneando el rabo, le implica depositándole juguetón el cuerpo del delito a sus pies. El muy sádico encima quiere premio.

Él queda en estado catatónico.

Reacciona. Baña al cadáver. Lo seca con secador. Lo perfuma. Lo deposita en la casa de la vecina con el hocico metidos en el plato de la comida. Que quede bien claro. No ha muerto por "falta de alimento".

Ella está delante de la puerta de su casa. Con una mano sujeta el bolso. Bajo el otro brazo, un cachorrito.

"Se me murió "Pichuchi" un día antes de ir de viaje. Lo enterré en el jardín"- suspira ella. "Y me he comprado este". "Nos vemos luego" añade marchándose.

Él queda en estado catatónico.

Reacciona. Va al living. Se tumba en el sofá. Se tapa la cabeza con un par de almohadones. Es inútil. Cinco minutos después un chillido horripilante atraviesa el jardín. Atraviesa las paredes de la casa. Atraviesa el living. Atraviesa los almohadones. Y penetra en sus oídos.

Adolfocanals@educ.ar

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