viernes, 25 de abril de 2008

Kris... el derrotado vs. el miserable.


La ley ha de ser la ley, nacida para regular el conjunto de las acciones y decisiones de los hombres que viven en comunidad. No obstante, existen circunstancias que no puede contemplar, que escapan a su naturaleza, y que es presa fácil de virtuosos abogados, siempre listos a la hora de justificar un listado de objeciones según del lado en que se encuentren, a los fines de salir airosos ante una determinada situación.

Jurídicamente hablando, una de las tesis más controvertidas es aquella que hace del no culpable un inocente. Para la ley es inocente quien queda a salvo de una serie de acusaciones que no han sido comprobadas. El organismo burocrático legitima la libertad de una persona a quien no se le puede imputar ningún delito. Se podrá decir que quedar como sospechado no implica ser absolutamente inocente; pero tampoco lo será ser totalmente culpable. La balanza se inclina hacia la inocencia en tanto no haya certezas de que el sospechado delinquió. En este caso, a vaso con líquido por la mitad, habrá que considerarlo más lleno que vacío.

Hablar de juicios es hablar de estrategias, de argumentos y contra-argumentos, del poder de la palabra y del poder de los silencios. Muchas veces ocurre que se omite algo indispensable: que el cuerpo no miente. Un acusado puede quedar a salvo de una condena a partir de lo que exprese y no por la forma en que lo haga. Para la ley, decir "no delinquí" en tono dubitativo y cierto nerviosismo es lo mismo que afirmarlo de manera enérgica y decidida. Siempre que no haya contradicciones (ni suposiciones que se conviertan en pruebas), el sospechado lleva consigo las de ganar.

A propósito de vencedores y vencidos: muchas personas llegan al tribunal luego de dañar, directa o indirectamente, y según todas sus variantes (desde un robo, hasta una muerte, pasando por lamentables episodios de mutilación), la integridad de un par.

En virtud de lo último, valga una reflexión final: no tiene sentido vencer al derrotado cuando éste ya se nos presenta como tal. Pues, en ese caso, la intemperancia vuélvase mucho más nociva de lo que ya es. Salen perdiendo todos: el derrotado, el espíritu del pleito (que inmediatamente culmina cuando una de las partes ya no ofrece resistencia) y, principalmente, el supuesto triunfador. Aquel que se mofe de su derrotado, hostigándolo más allá de su caída, deberá saber que ni siquiera es justo vencedor, sino un verdadero miserable.

En mi mundo las leyes actuantes... la Entropía, no hay vencedores ni miserables, solo un equilibrio establecido desde un principio. Ceder materia para liberar energía.
Todo obedece a un Es, allí donde las leyes no tienen sentido de ser.

Adolfocanals@educ.ar

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