lunes, 21 de abril de 2008

Kris...sobre lo absurdo.


Suele ser un lugar común decir que la vida es un absurdo, que no tiene explicación. Sí, claro. Pero tampoco lo tiene el ajedrez o el tiro al blanco. ¿Por qué es mejor tal o cual cosa? Por supuesto que no es malo andar usando ciertos instrumentos relativistas. Como no es malo, a priori, caminar veinte cuadras por días. Pero si no es malo tampoco es bueno, a priori. Un instrumento no es bueno en sí mismo sino que encuentra su bondad en una finalidad. Así que ahora deberíamos preguntarnos no si la vida tiene sentido, sino qué significa que no lo tenga. Cuando decimos que algo es absurdo (al menos cuando no nos referimos a una expresión lingüística) queremos decir que si ponemos una alternativa entre esto y otra cosa, entonces no habrá razones que nos lleven necesariamente una o la otra. Así es como concebimos que tal o cual estilo de vida tiene el mismo valor y la misma legitimidad. Hasta ahí, no hay problema. Es decir, las consecuencias políticas de tal pensamiento son de sobra vistas y re-vistas. El problema aparece cuando el relativismo se desboca y entonces todo y cada cosa del mundo es igual, da lo mismo. Todo porque la razón no alcanza para mostrar que esto es mejor que aquello. Pero cabe preguntarse si eso es un problema de la razón, de las cosas, o de nosotros. Sería un despropósito decir que lo es de las cosas mismas. Implicaría una ontología sustancialista muy onerosa. Decir que es la razón implicaría un proceso complicado de buscar una definición precisa de conocimiento, algo que, como muchos filósofos han tematizado, no es posible. Lo que vemos como lógica y razón no son sino esquemas vacíos que pueden ser interpretados de muchas maneras así como diferentes formas de satisfacer una serie de axiomas matemáticos da lugar a diferentes teorías matemáticas. Pero eso no es un problema de la lógica, ni del razonamiento, sino que es su límite. Si eso no nos conforma es posible que sea acaso porque nosotros le pedimos al instrumento más de lo que da. Es tan tonto como pedirle al sol que no me cause problemas en la piel si me expongo ocho horas por día a su radiación en las épocas del año en que su energía se siente más intensamente. La energía del sol es lo que es, somos nosotros los culpables de pedirle algo que no puede dar. Pero eso quiere decir que nosotros somos los últimos responsables de lo que hacemos.
Muchos creen que si la razón no nos puede dar una forma de decidir todo racionalmente, entonces nuestra razón fracasa. No lo creo. tiendo a pensar que los que fracasamos somos nosotros, los que por evitar un dios caen en otro. Y caen irresponsablemente, o mejor, para ser irresponsables. Porque lo que deprime a quienes no pueden apreciar que el absurdo de la vida es la libertad del sujeto, lo que deprime de eso es que nos deja huérfanos enfrentados a decisiones últimas que no pueden ser justificadas totalmente, que deben enfrentarse a otras decisiones. Y estas decisiones que caen fuera de la razón corresponden siempre al sujeto. Si esto parece terrible es porque uno buscaba la razón como se busca un lugar para ocultarse, no para vivir. Vivir implica el riesgo de que nada está garantizado. He ahí el punto en que todo se vuelve deseo (en un sentido profundo, en un sentido de esas decisiones impensadas que ya tomamos antes de toda decisión). Si la razón no alcanza para mostrarnos La Verdad tal vez sea problema nuestro, que necesitamos algo así para quedarnos tranquilos, como si tuviéramos una protección celestial. Vivir es siempre un ejercicio que, en mayor o menor grado, implica orfandad. Y esa orfandad lejos de ser una tragedia es la posibilidad de poder vivir nuestra libertad, de poder aprender que el absurdo es el lugar donde termina la seguridad y empieza el trabajo de verse a uno mismo, cara a cara con sus decisiones más vitales, menos explícitas y más decisivas.

Adolfocanals@educ.ar

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