lunes, 21 de abril de 2008

Magdalena...

Es imposible ser simplemente real. Es imposible soportar el peso de la vida sin abrir pasadizos, sin escabullirse. No se puede ser plenamente realista sin ser pesimista. El optimismo es siempre el fruto de una alucinación, de una transgresión ilusoria a las probabilidades de la realidad. No se puede vivir exento de toda locura. La vida y la locura, la vida y la alucinación, están íntimamente unidas.


El deseo siempre ha sido emparentado con el peligro. De una u otra manera siempre han existido códigos para doblegarlo, someterlo, orientarlo, reformarlo, estigmatizarlo. Todo control social siempre ha sido, fundamentalmente, una domesticación del deseo. En eso también los humanos somos seres domesticables. Los criadores de humanos saben ese oficio. El deseo es un peligro en ciernes. Es que es mucho más que un intento perpetuamente fallido insistiendo una y otra vez como una obsesión tediosa y sin tino. Si sólo quedar en eso el mundo sería apenas una miseria insoportable, un absurdo sin mejores proporciones. El deseo nos pone en la posibilidad de ser, en el lugar de la esperanza. Es el arma del hombre que se trasciende en su propio vuelo, de que el ser, de que eso que efectivamente somos es algo inagotable. El ser como lo que experimentamos de nosotros y no esa cosa abstracta y conceptualmente nula de la reflexión ontológica, esa gelatina metafísica sin sabor.



Sombras entre sombras. Así define al hombre un poeta latino de la antigüedad. Somos imágenes que se borran en un mundo que se desvanece. Somos la fragilidad de algo que se borrará completamente. Obramos para la nada, para el vacío. Somos para no ser. Esa es nuestra condición de transeúntes, de inevitables pasajeros. Navegamos a ciegas, peligrosamente, como si no hubiera otra cosa para hacer, como si en ello nos fuera la vida. Y en verdad nos va la vida. Sólo nos queda tratar de ayudarnos con algún otro alma como lazarillo. Eso no agrega seguridad, porque todos padecemos la misma ceguera. Pero la tibieza de otras presencias que nos acompañan, que nos estimulan, que nos protegen, y a la cuales entregar lo mismo, siempre vale la pena. Lo nuestro es pasar, transitar, buscar un trozo de milagro, de amor, de algo que entibie la frialdad de la noche inmensa que se nos pega a la piel.

adolfocanals@educ.ar

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