-“Existirán los ángeles?” –se preguntó Manuela, mientras miraba su reflejo en el espejo.
Y acto seguido, se bajó del cajón que la había ayudado a subir al lavabo y contemplar su rostro pecoso en el espejo que colgaba encima, extrañamente muy alto. Se acercó al cajón de la ropa de primavera, tomó una pequeña camiseta de color rojo, unas babuchas floreadas , y se marchó en silencio a la habitación contigua.
En el baño de sus padres, se acercó al lavabo, abrió el cajón donde su madre guardaba las pinturas, y tomó los polvos de maquillaje. Se miró al espejo, y chas chas! Con el pincel aquí y allá, se dibujó un poco de color en sus mejillas.
Guardó el maquillaje, el pincel, y se fue a la cocina.
En la cocina, tomó una manzana verde del frutero, una galleta de perro y un zumo de frutas. Enganchó a su perro de lanas por el collar, -pobre Fermín- y engatusándolo con la galleta, lo llevó debajo de la mesa del comedor, donde había una alfombra, parecida al pelaje de su perro, le dio la galleta a Fermín y ella se tumbó de espaldas, de manera que pudiera ver el cielo a través de la ventana.
El cielo estaba lleno de ovejitas, blancas como sus tantas camisetas, y parecidas al algodón que le ponía su madre en las rodillas, cuando se caía del columpio. Podía ver también las ramas de un árbol, que chocaban de vez en cuando con su ventana, debido a la brisa que soplaba, y a través de las figuritas que dibujaban las ramas con las nubes, se dispuso a contar a todos los ángeles que pasaran por su ventana. Y allí quedó a la espera de su respuesta, descalza en silencio Manuela.
adolfocanals@educ.ar
Y acto seguido, se bajó del cajón que la había ayudado a subir al lavabo y contemplar su rostro pecoso en el espejo que colgaba encima, extrañamente muy alto. Se acercó al cajón de la ropa de primavera, tomó una pequeña camiseta de color rojo, unas babuchas floreadas , y se marchó en silencio a la habitación contigua.
En el baño de sus padres, se acercó al lavabo, abrió el cajón donde su madre guardaba las pinturas, y tomó los polvos de maquillaje. Se miró al espejo, y chas chas! Con el pincel aquí y allá, se dibujó un poco de color en sus mejillas.
Guardó el maquillaje, el pincel, y se fue a la cocina.
En la cocina, tomó una manzana verde del frutero, una galleta de perro y un zumo de frutas. Enganchó a su perro de lanas por el collar, -pobre Fermín- y engatusándolo con la galleta, lo llevó debajo de la mesa del comedor, donde había una alfombra, parecida al pelaje de su perro, le dio la galleta a Fermín y ella se tumbó de espaldas, de manera que pudiera ver el cielo a través de la ventana.
El cielo estaba lleno de ovejitas, blancas como sus tantas camisetas, y parecidas al algodón que le ponía su madre en las rodillas, cuando se caía del columpio. Podía ver también las ramas de un árbol, que chocaban de vez en cuando con su ventana, debido a la brisa que soplaba, y a través de las figuritas que dibujaban las ramas con las nubes, se dispuso a contar a todos los ángeles que pasaran por su ventana. Y allí quedó a la espera de su respuesta, descalza en silencio Manuela.
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