El lado A de su conciencia le anunció que no había dicho una sola mentira a lo largo de sus cuarenta y cinco años de vida. Sin embargo su tono sonó más a reproche que a felicitación cuando a continuación le recordó que siempre había encogido los hombros ante los “¿me quieres?”, mirado hacia otro lado ante los “¿qué piensas?”, y puesto a silbar ante los “¿estás de acuerdo?”.
El lado B de su conciencia, expectante, le mostró entonces su punto de vista: tampoco había dicho una sola verdad a lo largo de sus treinta y cuatro años de vida.
Cuando se quiso dar cuenta, los lados A y B se habían metido de lleno en una acalorada discusión. Los dos defendían su postura con argumentos serios y convincentes. Y no pudo evitar sentirse muy extraña cuando el fragor de la contienda cesó de repente y los lados A y B, al unísono e inquisitoriales, le preguntaron: “Dinos, ¿tú mientes o dices la verdad?”.
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