En un arrebato de soberbia quiso domeñar al viento, erigiendo puertas en el aire. No advirtió que hay presentes que matan. Como los celos, que ennegrecen el alma, los besos en los definitivos adioses, los desaires en las crudas miradas.
Al percatarse del delirio que sufría, se conformó con que, al menos, cesase su profundo frío y, bondadosamente, imploró al sol que caldease la atávica soledad en que sus silencios vivían.
Éste, magnánimo, le donó mil ósculos de fuego y cien rayos de brillantes caricias.
Magnífico es el mar si carece de diques y rompeolas. Límpidos los ríos en el nacimiento cuando rebullen encabritados. Luce infinitamente más la luna sin ser circundada por un halo. Óptimo resplandece el amor cuando, en libertad, es vivido y gozado.
Nadie debería vestir de cadenas lo que le es ajeno y por gracia le ha sido entregado. Lo etéreo, lo sublime, lo dulce, lo bello... lo amado.
adolfocanals@educ.ar
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