Andrés y Alexis recogieron las toallas, limpiaron las arenas escondidas entre los dedos de sus infantiles pies, y corrieron hacia la parada del micro. Se haría pronto de noche y no querían que su madre les regañara. Sus cabellos, todavía húmedos por el último baño, resplandecían agitados por la carrera. Llegaron exhaustos a la parada pero allí solamente había un anciano sentado plácidamente a la sombra de la marquesina. Los dos hermanos le preguntaron educadamente si había pasado el micro pero éste simplemente esbozó una sonrisa y los miró con ternura. Los niños esperaron con impaciencia.
Tras un largo silencio el anciano los llamó:
- Sé por qué están nerviosos - les dijo.
A su madre no le gusta que la noche los alcance en la calle, ¿verdad? - preguntó.
Andrés y Alexis se miraron y asintieron un poco asustados.
- Su madre es sabia, muy sabia. Les contaré un secreto.
Cuando era todavía un niño como ustedes vine a la playa solo.
De regreso no llegué a tiempo para tomar el micro que me llevara a casa, y desde entonces sigo aquí, esperándolo.
Volvió a sonreír tan calladamente como antes y cerró los ojos.
El micro llegó a su hora y los dos hermanos subieron presurosos a él.
El anciano se quedó sentado bajo aquella marquesina, esperando regresar algún día a su hogar materno.
Adolfocanals@educ.ar
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