Creyó que había olvidado llorar. No recordaba desde cuando no lo hacía, y ningún sentimiento de los muchos que vapuleaban sus sentidos la llevaba al llanto. Sabía que unas lágrimas lo expiarían; le concederían la serenidad que le faltaba; descongestionaría al alma en su honda congoja. Más el llanto se le negaba lazándole la garganta y enturbiándole más y más la razón. Quizás las lágrimas se habían solidificado. Acaso el corazón, por temor a desgarrarse si daba libertad al sollozo, les había construido un dique y allí cautivas las mantenía.
De repente el alma sufrió un cataclismo que lo dejó en carne viva, los latidos se acrecentaron en el corazón con tanta fuerza que la sangre se hizo líquida cual agua y mientras las notas seguían azotando sus recuerdos y sintió aflorar desde sus ojos un aluvión de sal.
Y lloró por lo perdido, por el irreversible presente y el incógnito futuro. Lloró por é mismo y lo que fue. Y, lentamente, aceptó su realidad mientras las lágrimas, tanto tiempo constreñidas, aseaban de norte a sur su espíritu, dejándolo sobre la luz.
De repente el alma sufrió un cataclismo que lo dejó en carne viva, los latidos se acrecentaron en el corazón con tanta fuerza que la sangre se hizo líquida cual agua y mientras las notas seguían azotando sus recuerdos y sintió aflorar desde sus ojos un aluvión de sal.
Y lloró por lo perdido, por el irreversible presente y el incógnito futuro. Lloró por é mismo y lo que fue. Y, lentamente, aceptó su realidad mientras las lágrimas, tanto tiempo constreñidas, aseaban de norte a sur su espíritu, dejándolo sobre la luz.
adolfocanals@educ.ar
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