martes, 6 de mayo de 2008

Esperándola a ella.



Una esquina de lata pintada de colores, que tenía la cara acostumbrada a recibir todos los vientos, era su casa.

El primer sol para él, tenía sabor a frutas, abría los postigones de una ventana agónica y respiraba el perfume de un río que pretendía ser plateado. La mañana se destapaba por completo, mientras en la radio las noticias de siempre se revolcaban entre presagios inmundos y crímenes pasionales.

En los callejones del puerto los amaneceres frutados son una quimera, igual que el regreso de ella. De ciertos lugares no se vuelve -eso pensaba con nostalgia-.
Se preparaba unos amargos y harto de escuchar ese arrullo de mal agüero, apagaba la radio y buscaba su silencio, su remoto silencio acostumbrado.

Allí en ese pequeño hueco de tiempo es que volvía a encontrarla, por eso estiraba un rato los mates, para verla sentada a su lado, en el brillo de esa mesa solitaria, con sus manos blancas untando de manteca unas tostadas. La veía con la sonrisa que él le había puesto para quererla siempre, con sus ojos de color dorado, la veía hecha de niebla, flotando en ese ambiente cálido.

Era suya otra vez, cuando la veía llegar, cuando la traía a su casa de hojalata.

Algunas veces venía con ese vestido estampado, otras uno color lavanda. El cabello recogido le sentaba bien, aunque él prefería si ella lo dejaba suelto, con un perfume de jazmines acariciándole los labios.

Con un andar felino la deseaba.
Así la quería.
Así la soñaba.

Entre mate y mate, mirando por la ventana que daba a un fondo de colores oxidados, él se imaginaba una calle verde y era lo único que importaba.

Atrás quedaba el puerto con su olor putrefacto, atrás las paredes de lata fría, atrás la esquina solitaria, eso era puro cuento. Lo que importaba, lo que realmente le daba aire a sus pulmones estaba en esos momentos que le robaba cada día a la vida.

Y cuando el mate eran puros palitos flotando, cerraba la ventana, y adentro quedaban todos sus sueños de arcilla esparcidos sobre la mesa.

Durmiendo con una sonrisa tierna hasta la próxima vez.

Adolfocanals@educ.ar

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