martes, 6 de mayo de 2008

No se dió cuenta que...


El atardecer se vistió con su traje de bruma infame y se me vino encima, se acomodó a mi lado, se invitó a pasear conmigo, no supo que yo quería estar solo.

Me siguió con esos pasitos de duende que suele usar en ocasiones, como si se diera cuenta que no es la mejor compañera, pero igual se queda, decidida a encontrar mágicamente un buen momento en el próximo minuto.

Error.

Todo lo que siguió fue un llanto interminable del cielo, fue una sonrisa desteñida, fueron grises llevándose toda la ilusión que había almacenado en globos atados a las antenas de tantos edificios.

Todo lo que siguió fueron dos miradas perdidas bajo un profundo gris, dos soledades desencontradas y tal vez una mentira.

Por eso al llegar al vació que se encuentra bien alto en la ciudad, nos miramos serenamente -casi con resignación- como si los dos nos diéramos cuenta de lo lejos que estábamos y cada uno por su lado pegó la vuelta.

Ella se perdió en la niebla
a mi de regreso, me trajo una luna llena.

Adolfocanals@educ.ar

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