viernes, 23 de mayo de 2008

Dra. Amoreo...el mejor equipaje es...



La tenue luz del atardecer se reflejaba sobre su rostro, iluminando suavemente el color dorado de su tez. Respiró profundamente y el penetrante aroma del jazmín llenó sus sentidos. Sus ojos miraban lejanos, perdidos en el tiempo. Sus manos temblaban.

Miró hacia la ventana, tratando de atrapar la luz que se escapaba. La abandonaba y la dejaba sola ante su pasado, su presente y su futuro. Y un soplo de aire acarició su rostro, moviendo ligeramente su pelo. Sus párpados cayeron llenando de silencio su alma, respiró profundamente. Su cuerpo se balanceó con un leve movimiento y lo supo.

El momento había llegado. Era preciso que abriera la valija.

Se inclinó con ternura, la observó, la acarició y la descubrió. Un segundo de vértigo y después la calma, la serenidad, la seguridad de un niño que aprende a caminar, vacilante, pero con la certeza de hacerlo, y de hacerlo bien.

La nostalgia le sorprendió contemplando el pasado. Escuchando como sus dedos saltaban, se deslizaban para crear la melodía que la brisa le acercaba. Sus manos siempre seguras, el lento movimiento de su flequillo. Ese flequillo que ondeaba al viento cuando sus manos asían fuertemente su moto, retando a la velocidad, al tiempo. Y su piel se emocionó. Y una gota de agradecimiento se deslizó sobre ella. No sentía nostalgia. La felicidad por haber compartido con él miradas, susurros, silencios, la inundó y se sintió profundamente agradecida por haber descubierto que un vals de mariposas en su interior se producía cuando su alma presentía su proximidad, su presencia. De repente, una carcajada se apoderó de ella, y ante sus ojos pasaron los juegos en la arena cálida de la playa, la lucha con las olas, las risas de los buenos días en el salón, los llantos de los malos, los 10 en el ascensor de 4. Su infancia inmensamente feliz había terminado, dando paso a una, igualmente feliz, adolescencia llena de descubrimientos, asombros, ternura y amor. Tomo el pasado sobre las palmas de sus manos y lo besó sutilmente. Lo humedeció imperceptiblemente con su lágrima y lo dobló cuidadosamente, evitando que dobleces pudieran acabar por marcarlo. No quería marcas.

Bebió un sobro de agua, enjugó su alma y su mente y así, se encontró frente al frente con el presente. Lo miró, no con miedo, pero sí con respeto y el presente se sentó junto a ella, le tomó de la mano. Una extraordinaria calidez y temple llenaron su temor, desapareciendo con humo que se lleva el viento. Y olió su perfume, sintió su respiración, su aliento sobre su rostro. Dirigió su mirada hacia la ventana y el primer rayo de luz comenzó a romper el día. Tranquilo, con el devenir calmoso de un nuevo vals que hace sucumbir a la incertidumbre contenida de lo desconocido. Inspiró y su aroma la recorrió. Se preguntó como lo había logrado, era hora de reconocerse a sí misma que lo había conseguido. Apareció sin avisar, lejos, muy lejos de ella, de su pasado, de su vida. Y comprendió como del día que despuntaba había llegado para mostrarle sin duda que un nuevo libro se había empezado a escribir. A escribir lo efímero, lo único que era realidad.

No faltarían ni las faltas de ortografía ni los renglones torcidos e hizo un guiñó a lo inexistente, al futuro, emplazándolo a la hora, en el día y en el lugar exacto y necesario....

¿El mejor equipaje? El que no pesa. El que no pesa es el que se lleva en el alma. Cerró la valija llena de ternura, cariño, tristezas y alegrías, consejos y llantos... Abrió su corazón.

Adolfocanals@educ.ar

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