jueves, 8 de mayo de 2008

La mariposa y su Luna.


Blanca de tiza o de espuma de afeitar o de harina, así de blanca y nívea era su luna.
Y apenas poner los pies descalzos en ella, aceptó la invitación blanda y traslúcida de abandonar su alma en ese reposo blanco y dejarse llevar.

Era un paseo lunar.

Si tan solo fuera la falta de aire, si tan solo fuera el silencio del crepúsculo, si con eso bastara para definir ese momento tibio, si los escenarios fueran de utilería y las ventanas al abrirse mostraran nubes de algodón, sería mas fácil.

El andar se llenaría de pétalos y los caminos se elevarían a su paso, pero no. La luna se hizo de leche, de pintura de vidrios, de postre de vainilla y ella chapoteó como pudo un rato y después de mojarse los pies, se alejó de esa orilla dejando huellas blanquecinas y regresó al sol, como siempre lo hacía, para quemarse las alas de mariposa que tenía.

Y cerquita del sol, sabiendo que se quemaba, se abrió por entera a conciencia y se dejó fundir por ese calor extremo. Sus alitas de nada, se le hicieron un bollito de seda encogido y así, achicharrada como un día de verano la ví pasar por última vez.

Adolfocanals@educ.ar

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