miércoles, 7 de mayo de 2008

Margaritas.


Hola Minnie, bienvenida a Alquimiayciencias.

Durante 40 años vivieron desencontrándose en el mismo barrio, caminaron las mismas calles sin cruzarse, se alejaron siempre en forma contraria, cuando ella entraba él estaba saliendo, cuando él regresaba ella cerraba las ventanas, cuando él salía a pasear el perro, ella se acostaba a dormir la siesta, él iba al mercado que quedaba al final de la calle bien temprano por la mañana y ella prefería los mercados del centro y salía por las tardes cuando el sol no le ardía en la piel.

Los días de todos los calendarios se cayeron derrotados sin que nunca jamás se hayan cruzado.

Sin saberlo algo los unía. Era un jardín desencantado al que le brotaban unas margaritas perdidas, ella amaba las margaritas y solía quedarse un rato por las tardes mirándolas embelesada cuando venía de sus mandados y él adoraba cuidar esas margaritas de mañana bien temprano, no le preocupaban el resto de las plantas que crecían de manera descontrolada, él sólo cuidaba margaritas, era casi un experto.

Una mañana que ella salió sin darse cuenta de la hora y que él se levantó mas tarde, ambos erraron sus caminos diarios y se cruzaron sin querer frente a unos tallos, los de ella recién arrancados, los de él casi temblando y la sonrisa se les filtró entre unos pétalos blancos que se deshojaban fascinados.

Creo que desde esa mañana no se han separado, tampoco se los ve juntos, no es que te los podés encontrar caminando por las calles de mi barrio, como a otros jubilados, paseando del brazo y dejando que el sol les haga brincos en los labios, eso no sucede.

Pero se puede ver cómo el jardín de esa casita de techos bajos, donde él vive, se ha desparramado, lo que antes era pastizal ahora es un mar de pétalos todos blancos y corazones amarillos, de a ratos salen unos brazos enredados entre los tallos y se alcanzan a ver unas piernitas torcidas por el peso, que luchan con un ramo agigantado y se pierden por la vereda que va derechito a la casa del final del barrio, donde ella vive, allí hay una cesta de mimbre que siempre está esperando, él deja las flores y se lleva algo que no logro ver, porque lo aprieta fuerte entre sus manos, pero por su andar, porque regresa silbando, se me hace que algo que lo hace feliz recibe a cambio.

Adolfocanals@educ.ar

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