miércoles, 14 de mayo de 2008

Serrucho y Salami.

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Mi nombre es Emilia y me gustan los salami. Tuve una infancia muy feliz. Recuerdo con especial alegría el día de mi primera comunión. Por aquel entonces no tenía claro si de mayor quería montarme una carnicería o dedicarme al bricolaje, así que mi padrino –conocido por todos como Taboo il Don , me regaló un serrucho y un kit de embutidos. Me puse contentísima. Lo que más me gustó fue el salami, tanto que decidí que a partir de ese momento quería llamarme así, Salami. Cuando se lo dije a mamá me contestó que Mortadella sí le gustaba como nombre de niña y que además era un bonito homenaje a mi padrino, pero que llamar Salami a una pequeña era una barbaridad. Entonces yo levanté mi serrucho en señal de disconformidad y mamá ya no dijo nada más.

Al día siguiente fui al colegio con el serrucho en una mano y el salami en la otra. Los otros niños, al verme, se asustaron un poco; creo que más por el serrucho que por el salami. Seño Claudia, la maestra, me preguntó que por qué razón no me traía el bocadito ya preparado de casa, y añadió que me había olvidado del pan. Yo me hice la loca. Cuando se acercó a mí dándome un toquecito en la espalda y repitiendo las mismas palabras, me giré, levantando mi serrucho en señal de sorpresa, y Seño Claudia ya no dijo nada más.

Fueron pasando los meses y cada día me sentía más a gusto con mi serrucho y el salami. Tanto que cuando llegó el verano y me fui de campamento, los llevé conmigo. Cuando María, mi prima , vio que los sacaba de mi mochila, me dijo que al campamento no se podían llevar objetos personales de ningún tipo. Volví a meter de nuevo en la mochila el serrucho y el salami, pero al hacerse de noche nuevamente los saqué. En el preciso instante en que iba a esconderlos dentro de mi saco de dormir, entró María en la tienda de campaña, anunciándome que quedaba automáticamente expulsada del campamento. Yo levanté mi serrucho en señal de protesta y María ya no dijo nada más.

Actualmente me quedan diez años para terminar mi exilio . Aunque el juez no lo creyó así, fue totalmente involuntario; yo no tuve la culpa de que aquel día, al levantar el serrucho, lo hiciera con tanto ímpetu que saliera disparado alcanzando al mozo del bar. Los paisanos de aquí me llaman la Salami.

Sé que mi padrino está orgulloso de mí. Y las noches de verano, cuando todas las demás duermen, yo me asomo al patio , miro el cielo de aquí cubierto de estrellas, y se que mañana, mi querido padrino, el bueno de Taboo, me traerá un serrucho camuflado en un salami.

adolfocanals@educ.ar

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