En el baúl guardo las fotografías ya viejas de todas las sirenas que han resplandecido junto a mi barco. En las tardes de invierno, arropado entre silencios lluviosos, lo abro y dejo que el olor a salitre resbale entre mis dedos. Siempre contemplo con más delicadeza y detenimiento una fotografía en especial. Ella está sentada en un pequeño islote. Lleva su larga cabellera rizada recogida en una mano mientras que con la otra acaricia su brillante cola de pez.
Me mira con sus grandes ojos de color miel, me sonríe y me llama con una voz cristalina.
No entiendo sus palabras a pesar de su dulzura. Me hace gestos para que me acerque a su roca pero sé que mi barco encallaría junto a la belleza de sus gestos.
Intento decírselo pero ella tampoco comprende mi lenguaje.
Una lágrima cae por su mejilla, gira el rostro y se sumerge en la inmensidad del mar.
Espero durante muchas horas su regreso pero ella no vuelve.
Solo ahora, sentado cómodamente junto al hogar encendido, con su fotografía en mis manos, puedo comprender las palabras de aquella sirena hermosa. Que me decían...
Me mira con sus grandes ojos de color miel, me sonríe y me llama con una voz cristalina.
No entiendo sus palabras a pesar de su dulzura. Me hace gestos para que me acerque a su roca pero sé que mi barco encallaría junto a la belleza de sus gestos.
Intento decírselo pero ella tampoco comprende mi lenguaje.
Una lágrima cae por su mejilla, gira el rostro y se sumerge en la inmensidad del mar.
Espero durante muchas horas su regreso pero ella no vuelve.
Solo ahora, sentado cómodamente junto al hogar encendido, con su fotografía en mis manos, puedo comprender las palabras de aquella sirena hermosa. Que me decían...
adolfocanals@educ.ar
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