viernes, 9 de mayo de 2008

Me encontré con un ángel.


A punto de caer, la vi haciendo malabares y corrí en su auxilio.

Tarde.

Cuando llegué era tarde para evitar su golpe en el asfalto mojado. No pude evitar el barro en su cara, ni su camisa impactando de pleno en el charco.
Me acerqué y ayudé a limpiarla.

La situación era molesta, estaba enojada, empapada, sentado en la orilla del cordón, avergonzada, tiritando con mi campera sobre su espalda.
-Mejor no le digo nada- pensé.

Le alcancé un café caliente, ella miró para el cielo que ya nos avisaba que dejaba de llover, tomó el café entre tus manos y creyó en los ángeles.

-Hacés bien en creer, yo soy tu ángel -le dije, ya no me aguantaba - pero como estoy metido en problemas, me pasan cosas como éstas, que me ves, que me escuchás, que no llego a tiempo...

Me senté a su lado, tan mojado como ella, con mis alas vencidas, mustias, llenas de agua por todos los rincones. Me senté a su lado en silencio, fue lo mejor que pude hacer.
Nos quedamos mirando la calle inundada, los baches y despotricando un rato al gobierno de la ciudad.
De pronto entró a reírse con ganas, no sabía si estaba loca o al borde.

Me miró hasta el fondo de mis ojos, donde no tengo ojos, donde hay aire nada mas, pero ella veía ojos.
Me miró con signos de interrogación.
Me miró buscando respuestas.
Me miró como si por fin se diera cuenta y la lluvia ya se había ido para otro lado, apenas caían gotitas perdidas de los árboles.

Sentí que debía contarle la verdad y de paso ponerlo al tanto de que tenia un ángel absurdo.

Entonces le conté que vivo en una azotea descascarada en medio de la ciudad grande y para llegar a ella hay que subir por unas escaleras de nubes turbias.

Ella me miraba entrañada y sin parar seguí diciéndole que desde allí, bajo cada día para cumplir con mis motivos, me pongo esta campera que ahora la protege del frío, unos guantes que me saco a media mañana porque son molestos, las alas que se me salen y no logro encontrar manera de que se fijen a mi y mientras voy bajando, voy buscándolo desde arriba para cuidarlo a ella y a otros que también tengo asignados, entre el smog y la bruma, no veo nada y entro a cabrearme, porque antes no me afectaba, pero ahora no lo resisto, entro a toser, a lagrimear y no me soporto.
Deben ser alergias.

Le conté que supe ser un ángel batallador, de esos que no se amilanan con nada, le hablé de las vidas sumamente arriesgadas que he cuidado, de algunas personas que me han hecho la vida de ángel realmente imposible, de otras vidas que me han llenado de dicha y ahí supe ser un ángel casi perfecto, he sido cupido infinidad de veces, he sido sin saberlo el ángel mas terrible, el mas feroz, hasta que hace poco con la ayuda de una amiga me reivindiqué, pero nada me pasaba entonces, todo estaba bien, yo cumplía con cada cometido.

Era completamente un ángel.

Pero me está pasando algo curioso y absurdo y quiero que lo sepa. Debo estar cumpliendo mi ciclo, porque la gente me habla, me dirigen la palabra en el subte, en la puerta del cine, me ven a cada rato.

-He dejado de ser invisible -le dije- he dejado de ser un buen ángel, porque me distraigo con cosas que no debiera; recién cuando no llegué a tiempo fue porque se me cruzó una mariposa y perdí el control, su vuelo cercano me desestabilizó, me robó la mirada, fueron segundos, pero fue suficiente para que no evitara tu caída en plena calle-.
-Eso no se me está permitido-.
-¿Ves?- Entra a pasarme esto cuando me doy cuenta de que puedo hablarte, las alas entran a doblarse sobre mi y me duelen-.

Y ya que estaba en tren de confesiones seguí -No es que quiera romperte el corazón, solo quiero que sepas que no voy a poder volar tan alto, ni tan lejos como vos quisieras y que cada tanto pierdo las características de los ángeles-.
Y como lo vi cada vez mas ensopado y triste, enterándose de que tiene un ángel que no sirve para nada, lo consolé.
Le di un abrazo de plumas mojadas, lo enderecé, le sacudí los brazos y bailamos un rato mientras nos secábamos las alas.

Y los transeúntes húmedos y pegoteados trajinando con paraguas rotos y autos despiadados, se detuvieron a mirar a un loco que bailaba en plena calle, mojado hasta la médula y que chapoteando entre los charcos arrastraba a un ángel desastroso, desplumado y cómico, que inútil ni bailar sabía.

Adolfocanals@educ.ar

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