Ojos tristes, ojos tristes...desde que nació todo el mundo se lo había repetido una y otra vez. Y ella se lo acabó creyendo, e hizo de su vida una perenne tristeza. Si alguna alegría cabía en ella, la muchacha se apresuraba a darle unos cuantos toques melancólicos para transformarla e integrarla en aquella tristeza.
Hubo cierto hombre que se enamoró de ella y de su tristeza. Un día apareció montado en un caballo negro, la miró a los ojos, y ella supo que debía seguirle. Mientras cabalgaban, ella hundió su rostro en su aroma, y aspiró su tristeza... él también estaba impregnado de tristeza. Y ella sintió que el viento que revolvía sus cabellos juguetón le susurraba al oído: "Cuidado". Ella miró al viento y esbozó una tímida sonrisa: "No lo tendré. Es mi elección". Y escondió su cabeza bajo el abrigo de él, para no escuchar más a aquél viento impertinente.
La casa estaba aislada en mitad del campo. Él le llevó hacia la parte trasera y le mostró un pequeño jardín, repleto de hermosas flores de diversos colores, pero iguales.
- Son pensamientos - le aclaró él ante su mirada interrogadora - Cada uno representa una tristeza. Pero no debes venir más aquí. Sólo quería que lo vieras. Abstente de entrar en él.
Pasó el tiempo, y ella no volvió a la parte trasera de la casa. Sabía que él todos los días pasaba una hora allí. No había ninguna ventana de la casa que diera al jardín, así que comenzó a sentir una extraña desazón. Deseaba visitar aquel jardín de nuevo. Un día, aprovechando una ausencia de él, entró. Cuidadosa, paseó entre los pensamientos, y el viento sopló a su oído: "cuidado", pero ella una vez más lo ignoró. Y cada uno de los pensamientos le fue regalando su tristeza.
Convirtió aquellas escapadas en una costumbre diaria, y mientras a ella le invadía cada vez más la tristeza, a él le comenzó a abandonar. Sus miradas ya no eran cómplices, y sus desencuentros eran frecuentes. Ella no lo advirtió hasta que él un día le dijo: "Mis pensamientos están marchitos". En cuanto él se fue, ella corrió al jardín y vió que así era. Ya no quedaba tristeza en aquel jardín, sólo ella.
Aquella noche, el llegó con una rama llena de espinas y 7 u 8 hojas. "Es una rosa, símbolo de nuestro amor". Cuida de ella. Si muere, significará que nuestro amor también". Ella le miró a los ojos, y no vió nada. Y por primera vez en su vida tuvo miedo. Introdujo la planta en la tierra, le dio de beber, de comer, y le habló de su tristeza. Cada día pasaba más tiempo junto a ella. Y la planta, agradecida, tan sólo escuchaba, que ya es mucho.
Una mañana, cuando él despertó advirtió que ella no estaba a su lado. Pensó con alegría que tal vez le estuviera preparando un buen desayuno. Pero no la encontró en la casa.
Salió, y la vió dormida, junto a la rosa Rosa.
adolfocanals@educ.ar
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