lunes, 23 de junio de 2008

Sinnombre.


Lloraba como un niño, sacando toda su angustia y desesperación afuera. Lloraba abrazado al pequeño cachorro Sinnombre.

Los animales le contemplaban en silencio. Luna, la madre de Sinnombre dejó caer una lágrima silenciosa. El último hijo que le quedaba. Ya no podría tener más. El pequeño que le alegraba sus días, que tiraba de sus orejas y aún intentaba mamar de aquellos pechos ya sin leche.

- ¿Qué le pasa al amo, abuela? preguntó la pequeña Gris a Fistra. Fistra era la matriarca del clan y su opinión era respetada por todos, hasta por los que no eran gatos.

- Tenía puestas muchas esperanzas en ese cachorro. Llora porque se siente culpable de su muerte. Llora porque cree que la vida le está golpeando con demasiada fuerza, y llora porque cree que ya no es capaz de soportar otro golpe más.

- Vaya -repuso Gris - debe ser muy duro ser humano. Tú has vivido con ellos, abuela, tú lo debes saber.

- Sí es dura su vida, sobre todo porque la mayoría es incapaz de aceptar la muerte como parte de esa vida. Porque tienen miedo de no volver a reencontrarse jamás con los seres queridos que pierden. Y a veces ese miedo domina sus vidas, sin ellos percatarse, y les hace muy infelices dominados por el apego y el temor a perder aquello a lo que están apegados.

- A nosotros no nos pasa, ¿verdad abuela?

- No hija, nosotros somos mucho más inteligentes que ellos, y sabemos más de lo que ellos nunca podrán ni imaginar. Nunca permitiremos que amar demasiado nos destroce.

Cuando fue medianoche, todos los animales se reunieron alrededor del roble, hasta que apareció el espíritu de Sinnombre. El pequeño estaba sonriente, juguetón y encantado de ser el protagonista de tal ceremonia. A una señal del roble todos entonaron La Canción, aquella que despide a los que se van y les acompaña a su nueva vida. Sin nombre emitió dos alegres ladridos de despedida. "Nos veremos" quiso decir.

adolfocanals@educ.ar

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