
Juan era un niño extraño. Verdaderamente extraño ; más extraño que cualquier otro niño que hayan conocido jamás.
No era su cuerpo el que producía desasosiego al ser contemplado; sus manos, sus pies…, todos sus miembros eran normales. Quizá sus ojos dejaban vislumbrar, a veces, un brillo singular, fascinante, que provocaba un indicio de terror, de frió espanto; pero tan solo a quien conocía su verdadera naturaleza.
Sus padres, o mejor, sus tutores, vivían en continua y terrible tensión; estaban bajo su completo dominio. Era una cadena oculta, invisible, pero ellos estaban absolutamente convencidos de que existía, de que su realidad era palpable.
Muchas veces habían rememorado la fría noche de invierno, cuando encontraron, en mitad del camino que les llevaba de vuelta a casa, aquella pequeña cesta, conteniendo el cuerpo aterido y tembloroso de un indefenso y asustado niñito que podría ser su isla de salvación en un mar de soledad y cuyos infantiles llantos apenas llegaban a entremezclarse con los clamores y espasmos de la tormentosa noche que estaban sufriendo.
Recordaban , también a menudo, las innumerables e infructuosas gestiones que habían llevado a cabo para poder adoptarlo, y las incontables visitas que habían hecho a tantos y tantos médicos sin recibir de ninguno una explicación lógica de la mala salud del niño.
Todos les habían dado respuestas insatisfactorias, sin sentido, incoherentes, de las que no podían deducir absolutamente nada, ni tan siquiera si el niño estaba realmente enfermo o sano.
Y entonces llegó aquel fatídico día en que todo cambió. María se encontraba , como muchas otras tardes, sentada sobre la vetusta pero confortable silla en la que desarrollaba, a modo de terapia de relajación, después de un intenso día cargado de múltiples actividades, sus pequeños conocimientos de costura. Junto a ella, sentado plácidamente en un sillón de orejas, estaba Pedro, su marido, que , más que leer , devoraba una vieja revista de sucesos escabrosos y violentos. No sabía como, pero poco a poco, de forma inconsciente, pero irreversible, se había acostumbrado a aquella clase de lecturas.
Quizá su afición había comenzado poco después de la noche del hallazgo. Desde luego, él no se había parado a pensarlo, ni siquiera se le había ocurrido pero el caso es que ya no disfrutaba con otro tipo de revistas o libros.
Juan , que así era como habían decidido llamarle sus padres, se encontraba junto a ellos, mirándolos con su pálido rostro y sus apagados ojos y dando la impresión , como siempre, de que estaba a punto de dejar escaparla pequeña llama de vida que los mantenía abiertos.
En un momento dado, María sintió penetrar en una de sus manos la fría e intensa dureza de la aguja que estaba manejando y, al instante, un manantial de purpúrea, de hirviente sangre, comenzó a brotar de la pequeña herida.
Con un grito de dolor ,atrajo hacia sí la atención de sus acompañantes y fue entonces cuando observó por primera vez aquel intenso y fascinante brillo en los ojos de Juan.. Al contemplarlos, tan solo unos segundos, quedó sumida en un profundo sopor del que no salió hasta que su marido consiguió reanimarla.
En ese momento, le refirió este con indecible terror, como Juan se había arrojado salvajemente hacia ella y había comenzado a absorber con vehemente violencia la sangre que corría por su mano y , como por ensalmo, el color triste y desvaído de su piel fue adquiriendo un tono sonrosado, lleno de vitalidad y esplendor al tiempo que tomaba dimensiones monstruosas, apocalípticas.
Era horrible, espantoso y, a la vez, emocionante : la sangre, la vida, le había dado lo que el necesitaba, lo que había esperado desde tanto tiempo atrás.
Porque Juan tenía un carácter muy extraño; verdaderamente extraño :
¡ el carácter de un vampiro ¡
¡ el carácter de un vampiro ¡
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