miércoles, 6 de agosto de 2008

La luna de Zoucy.


Desde hace un tiempo, le gusta observar la luna. Creo que desde el día en que se enteró que, a veces, es una mentirosa y si tiene forma de "C" es que mengua y no que "C"rece, cosa que, por cierto, se ve descubrió demasiado tarde. ¿No lo sabías?, todos le preguntaban cuando, ilusa, creía poder mostrarles con aquello una anécdota cuanto menos curiosa. Pues no, no lo sabía, y tal vez fue por eso que la luna pasó a tener en ella una importancia capital.

Estableció un ritual que sigue, fielmente, desde entonces. No hay noche que, antes de dormir, no busque a la luna desde su ventana, para observarla e intuir sus movimientos, sus formas, sus engaños, su luz, sus cráteres rugosos, sus cambios de color, su... Su belleza.

Sí, porque nadie negará que la luna es bella, demasiado bella, fascinante, capaz de ejercer una fuerte atracción sobre nuestras almas, que quedan embelesadas ante su presencia. Y así, como un secreto, acude a hurtadillas a su cita nocturna, descalza, para hacer menos ruido, hasta que sus dedos rozan el frío cristal, dejando en él impresas las huellas de sus anhelos. Un leve chirrido al abrir la ventana le estremece, porque en el silencio y en la oscuridad de aquel instante, este sonido parece adquirir cierto eco ensordecedor que, en realidad, sólo ella puede escuchar, tan dormidos como ya están a su alrededor. Asoma entonces la cabeza, la busca, la encuentra y con ella se pone a jugar.

¿Cómo es posible que ese trozo de queso, esa perla pendiente del cielo, ese pedazo de nácar, ese círculo, a veces blanco, otras azul, en ocasiones amarillo ocre o gris pardo, ese hilo delgado de luz, esa sonrisa, ese gajo rodeado de estrellas, sea capaz de remover las aguas, de desbordar las emociones, de acuciar los nacimientos? Preguntas como ésta acechan su espíritu inquieto, mientras la reina de la noche desplega su elegancia ante las atónitas miradas de los noctámbulos.

Sin embargo, no siempre es tarea fácil poder observarla en su totalidad. Debido a todos los edificios colindantes al suyo, tan apenas tiene al alcance de su vista un retazo del cielo por el que vaga la luna al antojo de su ciclo. Por ello, en ciertas ocasiones, tan sólo la mitad de la circunferencia pende de alguno de los rincones de aquel retal oscuro, o el puntiagudo saliente de una luna menguante, e incluso, a veces, únicamente un tenue destello es el que hace suponer que el hermoso satélite no se encuentra muy lejos, aunque no se haga visible. Las noches en las que ni tan siquiera ese fugaz destello puede vislumbrarse, entristecen sobremanera a nuestra joven observadora. Siente, pues, que la luna le ha dejado sola.

La primera vez que esto ocurrió, sin darse cuenta, escribió un breve poema, triste y desamparado, así como sus sentimientos. Enjugó sus lágrimas con las sábanas cuando no conseguía dormir, musitó sollozos que imaginó color de plata, y con la esperanza en los ojos acudió de nuevo a la ventana, pero la luna, caprichosa, siguió sin aparecer. La noche, le pareció, tuvo entonces menos vida.

Pese a ello, a partir de aquella noche sin magia, sus horas comenzaron a llenarse de palabras, palabras sobre papel. La luna había adquirido un nuevo poder que se sumaba a todos los anteriores, porque en su ausencia o junto a su compañía, era capaz de hacer brotar la poesía. Dama y musa de los corazones más soñadores.

Así fue como los poemas de nuestra protagonista, Zoucy, comenzaron a detallar las peculiaridades de la luna de cada noche, a precisar sus sensaciones, a sugerir deseos que se iban cosiendo unos a otros. Y una vez escritos, los recortaba según la forma del momento, los coloreaba, les daba brillo, luz, hurgaba en el papel las oquedades, perfumaba las palabras con el olor, que según ella, debía tener la luna.

En un sueño, después de haberse dedicado con ahínco al arte de la palabra y la fantasía, voló, ingrávida, hasta la superficie lunar, y fue en ese momento cuando descubrió que la luna era de papel, liso y arrugado, suave y áspero. La luna se mostraba ante ella como una inmensa capa de ilusiones vacías que, sin embargo, podían llenarse con palabras, ¡con más poesía! Todos los poemas que hasta entonces había escrito renacieron en su mente, ¡y quería rescribirlos, quería tatuarlos en la piel de su inspiración! Y su sonrisa se llenó de la luz de algún lucero.

La luna era de papel, recordó al despertarse a la mañana siguiente en su Caracas.
La luna era de papel y, además, en ella, podía trazar garabatos.

adolfocanals@educ.ar

No hay comentarios: