Hay una sola persona sentada a la mesa. Es un hombre que mira a lo lejos, tiene un café a medio acabar. A su alrededor no hay nadie. Una extensión de terreno irregular que hacia un lado acaba en la ribera del río y hacia el otro, en una línea de árboles lejanos. Pero el espacio despoblado que puede abarcar con la vista se extiende mucho más allá. Muy lejos. Es indescriptible la dimensión de todo ese terreno vacío sin construcciones, sin seres humanos, sin animales. Después de una enorme planicie desierta se eleva una cadena de montañas, y luego algunas depresiones, y más allá nuevas mesetas, y más montañas. Y el hombre está sentado solo a la mesa, una vieja mesa de madera como las de los antiguos cafés. No escucha nada porque no hay nada más a su alrededor, ni siquiera el roce de una brisa, ni siquiera el zumbido de un mosquito. Nada. Nada salvo él, la mesa, la silla, su facé. Únicamente eso en medio de todo ese magno y sordo universo.
Pero de pronto, poco a poco, muy poco a poco, comienzan a aparecer siluetas de casas antiguas. Ventanas de esas de barrio viejo, con hojas compuestas por pequeños cuadrados de vidrio. Tejados desigualados por el peso del tiempo, esquinas que anuncian una red de callejuelas llenas de historia. La estructura de la ciudad se desvela gradualmente y todo se llena, poco a poco, de los tonos grises y ocres de lo urbano. Van surgiendo ante su vista los detalles de un paisaje artificial que hace unos segundos no existía, y al mismo tiempo, junto a las formas, los sonidos. Sonidos del movimiento, de la vida. Sonidos que crecen en sus oídos y que proceden de las personas y los coches que también han aparecido, y que circulan ante sus ojos. Y entre todo ese despertar de la nada y del silencio, se acerca caminando hacia el lugar donde él se encuentra, una figura principal, una presencia femenina y estilizada. Ella camina con movimientos delicados pero de forma decidida. En su cara se reflejan algunos de los brillos del mediodía que hay en ese momento en el bulevar Saint Germain. Cuando llega a la terraza del Flore, él ya está de pie, sonriendo. Entonces se dan dos besos en las mejillas y se sientan.
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