miércoles, 12 de noviembre de 2008

Avicena.




Yo fui Avicena. 

Médico por Alá y geómetra por Euclides. Viví seis siglos en el verbo de los hombres por haber cifrado el enigma de los Elementos. Occidente, tan mortal como la cicuta, curó su cuerpo con mi medicina.

Interrogué la razón con la misma sed de un crucificado, así entré en la morada de Apolo.

Cuarenta veces cuarenta bebí de un Libro de Arena, un palimpsesto aristotélico. Sin escrúpulos, como Perceval, busqué el Santo Grial de mi destino y hallé, como mares que se comunican por debajo del mundo, la estructura absoluta del alma.

¡Oh, Longinos, Longinos! Así como tú, huí con mi lanza y la clavé en el costado de los ídolos. Pero la piedad, la cara oculta de la verdad, fue mi fe. El opio, como un látigo dulce de Dionisio, mi quietud dogmática.

Yo fui Avicena. Sufí por Alá y caminante por añadidura. Perseguido y encarcelado por el hombre medité hasta las heces su designio. Así, curada la carne de los príncipes, encontré la libertad en la palabra.


Como mi vida, alea iacta est.

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