miércoles, 12 de noviembre de 2008

Paracelso...



Trismegisto, no hay alquimia posible para burlar a Cronos. Este olvido mineral se parece a la memoria que es una de las formas de la muerte.
Recuerdo entre mis manos la tibieza del azufre y del mercurio escurridizo, acaso laboriosas panaceas para el humano cuerpo.
Caen estos signos como un lenguaje hermético; yo vi más allá del dolor.
Caminé sobre la piedra como un condenado que huye del verde leño; así supe que la vanidad corrompe como la humildad al santo.
Negué el azar y el temor, los rostros ocultos de cualquier destino; la confesión del odio, un énfasis que arroja el amor; por tanto huí del ruin como quien huye del perdón divino.
Vi en el soplo de Dios la alquimia perfectible de los tres elementos. Entonces supe la verdad: la enfermedad, una metáfora en el albur del hombre.
Cedí todo en pos del “animal enfermo”, pues me oculté en el silencio de su caverna como una sombra que proyecta un poderoso fuego.
Yo, Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, fui testigo prófugo de la creatura, pues curé su mal con siete puñales parecidos a la eternidad.

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