miércoles, 25 de febrero de 2009

Aquella pregunta ...


Era duro estar al cargo de veintitrés sistemas planetarios, 
en especial por esa época en que parecía que todas las criaturas 
andaban a la gresca:
 los grubulian contra los felbak; 
los mlogla aliados con los zenomes para incordiar a los fzut; 
y los carrhis, 
resolviendo en guerras sus disputas entre dinastías.

Una leve punzada le anticipó la llegada de un dolor de cabeza galáctico. 
Decidió dejar los grandes problemas por un rato 
y se entretuvo en pasar revista a sus dominios. 

Comenzó por las estrellas: bien, ninguna anomalía, 
tenían gas para unos cuantos miles de millones de años más; 
luego comprobó las trayectorias de los cometas: correcto, 
sin colisiones importantes a la vista; 
por último, echó un vistazo a los planetas menores.

Cuando el pequeño astro azul apareció en la visioesfera, 
no pudo evitar sonreír.

-La Tierra... 
-murmuró mientras gratos recuerdos volvían a su memoria.

Había sido la tesis final de su carrera deífica: 
“Formación de un mundo oxigenado”. 
Tanto reconocimiento obtuvo que le habían otorgado la obra de su creación. 
Luego, con la gestación de Adán y Eva, 
había logrado el premio “Nuevas criaturas” 
e iniciado su fulgurante ascenso en la jerarquía cósmica.

Cuando sus obligaciones fueron aumentando, 
decidió dar libre albedrío a los humanos. 
Hacía tiempo que no miraba cómo les iba. 
Levantó la ceja decepcionado al echar un vistazo: 
como siguieran así, no durarían mucho. 
Era una pena.

-¡Señor, los felbak se han cargado el planeta Brulan! 
-bramó de repente el fototransmisor.

Lanzó una maldición y miró a su alrededor. 
En la sala de mandos sólo estaba el operador de telemetría estelar.

-... Jesús, ¿te apetece ser mi hijo?

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