Un cuento para Ana ...

Jamás se había visto en cubierta de nave alguna,
reunidos tal variedad de personajes.
En medio del océano, no digamos cual, el Holandés Errante,
sigue su eterno e infinito derrotero.
En un rincón, el Conde de Saint Germain,
de incógnito con otro nombre,
improvisa al piano una dulce melodía,
mientras sueña con Madame de Pompadour.
—Este es el lugar ideal —dice el Judío Errante—,
aquí esperaré hasta que Él regrese.
Lázaro, tendido sobre un camastro y sin poder saberlo,
también espera a aquél que nunca se presentará.
Tan solo un personaje parece desinteresarse de tan extrañas presencias;
camina de prisa de babor a estribor y de proa a popa.
Su única preocupación desde su transformación,
pasa porque ninguno de ellos lo pise.
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