Hoy día sabemos con certeza que las tasas elevadas y mantenidas de cortisol en sangre tienen efectos muy desfavorables para la salud. El cortisol, liberado por las glándulas suprarrenales en situaciones de estrés, puede contribuir a provocar enfermedades cardiovasculares, debilitamiento del sistema inmunológico y hasta destrucción de las hormonas del hipocampo, con el consiguiente deterioro de la memoria y de la capacidad para aprender. El cortisol también puede influir sobre la amígdala, aumentando su responsividad, y sobre la corteza prefrontal, dificultando su capacidad para controlar y regular las señales de miedo que proceden de la amígdala. Como hemos visto en la entrada anterior, esa combinación de hiperexcitabilidad de la amígdala y déficit de control prefrontal también puede llevar a la agresividad reactiva, y por supuesto, generar problemas de ansiedad.
Las situaciones que pueden generar un estrés excesivo son numerosas, pero el meta-análisis llevado a cabo por Dickerson y Kemeny (2004) dejó claro que el estrés generado en ciertas situaciones sociales conllevaba tasas más altas de cortisol en sangre. Especialmente estresantes resultaron aquellas situaciones en las que el sujeto se veía expuesto a las críticas de los demás, y veía amenazada su identidad social, es decir el modo en que se percibía a sí mismo a través de los ojos de los demás. Además, no es necesario que alguien nos enjuicie externamente, ya que efectos similares se producen cuando somos nosotros mismos quienes nos autoevaluamos. Cuando la amenaza que representan estas críticas supera la capacidad de afrontamiento de la persona, y se mantiene a pesar de sus esfuerzos para afrontarla, los niveles de cortisol se disparan.
Lo que estos datos también parecen indicar es que las situaciones de estrés provocadas por una fuente impersonal –un sonido molesto- no ponen en peligro nuestra necesidad de aceptación y pertenencia, por lo que nuestro organismo se recupera con mayor prontitud y el aumento de la tasa de cortisol es pasajero. En cambio, cuando el estrés es provocado por una situación que atribuimos a la decisión intencionada de otra persona (percepción de maldad), la recuperación del aumento de los niveles de cortisol es mucho más lenta, por lo que sus consecuencias sobre el organismo revisten mayor gravedad.
Estos hallazgos son muy interesantes para entender por qué el estrés postraumático y el sufrimiento generado suele ser más intenso ante calamidades o traumas de intensidad similar, cuando la víctima cree que han sido provocados intencionalmente por otra persona que cuando son fruto de una catástrofe natural. Así, terremotos, inundaciones y otros desastres naturales suelen provocar menos víctimas que actos como abusos y violaciones.
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