El señor “doble be” es un intelectual. Goza la lectura de los diálogos socráticos. (Aborrece a los sofistas.) Cuando está en una prueba no permite que le copien, argumentando que es incorrecto: de hacerlo, se perjudica él y a quien “sopla”. (Siempre, sin embargo, está abierto a ayudar a estudiar a quien se lo requiera antes de las pruebas.) Cree firmemente –el señor “doble be”- en los méritos. Antepone el bien común al bien particular, o sea, si un amigo suyo le pide trabajo y ese amigo es incompetente, entonces, no se lo da, porque al hacerlo perjudica, eventualmente, a la sociedad y a una persona más competente que él, que en justicia merece la “pega”.
El señor “be corta” es un adulador. Dice ser moralmente intachable, pero miente por mentir. Ayuda al mendigo cuando sus amigos lo observan para aparentar ser bueno. Cuando alguien lo entrevista dice que le gustan los programas de cultura, pero cuando llega a la casa ve “basura”. Si lo interrogan por algo responde según lo que mejor parado lo deje, y no según lo que piensa. Va al supermercado, llena el carro y, acto seguido, cuando todos lo han visto, deja el carro tirado y –buscando pasar desapercibido- se escapa.
Si Ud. lector revisa la literatura encontrará, en términos generales, que estos tres personajes atravesarán una y otra vez dichas páginas. Si lee por ejemplo a Maritain, a Platón a San Agustín o a Séneca, entonces, se encontrará con “doble be”. Si, en cambio, revisa los textos de Epicuro o de Schopenhauer encontrará al señor “be larga”. Y si revisa a Maquiavelo, a Weber o a Rorty encontrará a “be corta”.
Es que, nos guste o no, somos animales morales. La pregunta por cómo debemos vivir nuestra vida aparecerá en nosotros siempre. Y la diversidad de respuestas a la misma también existirá sempiternamente.
Si Ud., sin embargo, es amigo de “be larga” no podrá imponerle coercitivamente dicha manera de vivir a “be corta”. Si Ud. almuerza con “doble be” no podrá rechazar compartir su merienda con “be corta”. Y si Ud. hace gárgaras con “be larga” deberá acostumbrarse a compartir el baño con “be corta”.
El único límite que tiene Ud. para restringir algo es que se atente contra el niño “doble ele”, a saber, ese que no puede decidir por sí mismo jugar a la pelota con el señor “be larga”, con el señor “doble be” o con el señor “be corta”.
Temo, por desgracia, que eso en nuestra sociedad no se respeta. Por ejemplo, cuando los amigos de “be larga” quieren imponerle a los demás leyes. O cuando los amigos de “doble be” apoyan la selección en los colegios a niños menores de catorce años (¿qué culpa tiene el impúber de trece años que nació en una cuna donde sus padres jamás le hablaron de cultura y, por ende, es ignorante?).
También ocurre cuando los amigos de “be corta”, por ejemplo, profesores de periodismo, quieren imponerle a sus alumnos que vayan a reportear nacimientos de menores en hospitales (¿por qué alguien tiene que enterarse de que yo –“doble ele”- nací?) o intercambios de bebés que, en fin, no son capaces de decidir por sí mismos responder a la pregunta cómo debo vivir mi vida.
Quien les escribe es amigo de “doble be” y está convencido de que puede almorzar con la esposa de “be corta” y con el hijo de “be larga” sin imponerles nada. Eso sí, a través de los sentires, posiblemente compartiría mis ideas.
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