Salió tan viernes esa mañana,
tan con el pecho erguido y el ánimo incandescente que casi no se dio cuenta
de la lluvia que rociaba la calle ni el chorro de agua que casi lo empapa
debajo de una canaleta.
De nada sirvieron las miradas delatoras de los feroces martes
cuando cruzó la plaza,
porque hoy se sentía demasiado rebosante de viernes
como para contraatacar,
caminando tranquilo por la ciudad mientras saludaba de tanto en tanto
a los pocos jueves que se le iban cruzando cordialmente.
Serias son las contravenciones de amanecer gratamente incompatible,
rebelde y dispuesto a esquivar el peligro de la incontable
cantidad de lunes que prometían borrarle como fuera posible
y sin lograr ningún efecto en él,
esa molesta y amenazante cara fuera de lugar que desentonaba
con toda la espesura reinante de los ánimos.
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