
La doctora se acercó libidinosa a la mesa de disecciones del Instituto Anatómico Forense. Voluptuosamente se desprendió de su delantal y quedó desnuda,
hermosa y palpitante frente al cuerpo que descansaba sobre la mesa,
cubierto con una sábana amarillenta.
Verificó la etiqueta que colgaba de una de las manos exánimes y asintió satisfecha.
Arrancó la manta y descubrió el cuerpo también desnudo del cadáver.
Lo bañó con vaselina y saltó sobre él con salvajismo.
El olor a formol la excitaba cada vez más.
Gemía como un animal embravecido.
Junto con el feroz orgasmo,
él regresó a la vida y clavó sus colmillos en la yugular de la legista.
Y murieron y vivieron felices para siempre.
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