
El es cincuentón...
Ella lleva mucho menos larga la vida para compensar su diminuto cuerpo.
Día tras día, acuden a su cita en el paso de peatones de la calle Central.
Se paran cada uno en una acera y aguardan.
La espera se puede hacer algo larga pero, tarde o temprano.
Si uno atraviesa la calle, el otro también lo hace y,
al cruzarse, rozan con disimulo las manos,
como un secreto rito.
Y vuelta a esperar. Así pasan las tardes.
Hay quien alguna vez se ha fijado y les ha preguntado.
Los dos contestan entonces la misma cosa ...
—Se les nota tan felices al despedirse…
Hace tiempo que olvidaron quién tomó el hábito de quién
y nunca se han dirigido la palabra.
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