
Negro.
Ese era el color de la noche, la esencia misma que teñía, por completo, tu interior.
El cielo comenzó a gritar de dolor sobre ti, derramando lágrimas desgarradoras que hirieron, como puñales, tu rostro, mientras que tejían, a tu alrededor,
una escena de tonos grisáceos y lamentos despectivos.
Siempre habías adorado la lluvia, sentirla rodeándote, mojándote, pero sobre todo amabas el olor de su esencia húmeda que dejaba a su paso.
Pero aquel día los siempres se habían transformado en un monstruo, que acechaba tras tu espalda, a la espera del momento justo para asestarte el golpe de gracia,
aquel que te mataría de por vida.
Simplemente te detuviste en mitad de la acera, escuchando, desde lejos,
las llamadas de atención que la gente te dedicaba según iban pasando a tu lado.
Ellos no entendían que no era capaz de moverme, que, ahora mismo, eras una muñequita que había sido desechada por su dueño y que intentabas, con todas sus fuerzas, reestructurarse.
Pero...
¿cómo se corta todo recuerdo y se empieza de nuevo de cero?
¿Cómo se encuentra la forma de sumirse en un olvido reparador que lo borre todo?
Sin ninguna respuesta a la que agarrarte, sin camino alguno que seguir,
cerraste los ojos y esperaste a que algo cambiara,
a que la vida se dignara a darte la mano para guiarme hacía un lugar mejor.
Siempre te querré.
Siempre estaré ahí.
Siempre, siempre, siempre...
" Nunca más".
( www.Historias pequeñas)
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