Personal Genome Project: El proyecto más ambicioso de la genética personalizada
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La paradoja de mi propia existencia
o como probar que realmente existo
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¿Cuántas veces no nos ha pasado que tomamos el teléfono para llamar a una persona y justo en ese momento esa persona nos está llamando?
¿Cuáles son las probabilidades de que eso suceda?
No muchas en realidad pero los “milagros” a veces suceden.
Michael Shermer sin embargo no cree en “milagros”. El que nos sorprendamos y nos maravillemos por lo asombroso de estas “casualidades” se debe, sostiene, a nuestra manera intuitiva de entender los números, lo que el llama la “aritmética popular”. La “aritmética popular” es nuestra tendencia natural a desconocer el cálculo de las probabilidades,
a pensar anecdóticamente en lugar de estadísticamente
y a enfocarnos y recordar sólo las tendencias a corto plazo y las muestras pequeñas. Esto, aunado a la necesidad que tenemos de encontrarle un sentido a todo lo que nos pasa, lo que hace que constantemente estemos buscando evidencias que confirmen nuestras creencias a la misma vez que ignoramos o descartamos aquellas que las contradigan.
Es por ello que le prestamos atención a las “casualidades” o situaciones que tienen un sentido para nosotros y nos olvidamos de la gran cantidad de información recibida que no tiene ningún significado particular o que no nos afecta directamente.Notamos por ejemplo, – y nos quejamos – de una racha de días fríos pero ignoramos la tendencia a largo plazo que representa el global-warming. Observamos con consternación la caída de los mercados inmobiliarios y financieros y nos olvidamos de la tendencia hacia el alza que lleva ya casi medio siglo.
La razón por la que la mayoría de nuestras intuiciones populares son erróneas es porque nos movemos, como dice el biólogo Richard Dawkins,
en lo que él llama el “Mundo del medio” (Middle World),
un espacio entre lo corto y lo largo, lo pequeño y lo grande, lo lento y lo rápido, lo joven y lo viejo. En esta “Tierra del medio” (Middle Land) como la llama Shermer nuestros sentidos se mueven en la percepción de objetos de tamaño mediano: entre los granos de arena y las montañas.
Nuestro cerebro no está equipado para percibir átomos o gérmenes,
pero tampoco galaxias y universos en expansión.
En la “Tierra del medio” del espacio podemos detectar objetos que se mueven al paso del que camina o corre pero no al ritmo lento y progresivo de los continentes y los glaciares y la velocidad de la luz, esa es totalmente imperceptible para nosotros. En la “Tierrra del medio” del tiempo nos encontramos entre los rangos del “ahora” psicológico de 3 segundos de duración y las décadas que lleva la vida humana en el planeta, un período de tiempo muy corto para ser testigos de la evolución, de los desplazamientos de los continentes o de los cambios ambientales a largo plazo que se están sucediendo.
Pareciera que nuestro cerebro no manejase bien las probabilidades.
Nuestra aritmética popular nos lleva a prestar atención y recordar las tendencias de corto plazo, las coincidencias con las que nos topamos de vez en cuando y las anécdotas personales haciéndonos olvidar el contexto amplio y a largo plazo en que estas situaciones se dan. Según Shermer es esta miopía precisamente, esta visión egocéntrica, restringida y cerrada que no nos permite ver el “big picture”. Cualquier casualidad nos parece entonces increíble, nos sorprendemos de los “milagros” que se presentan a nuestro alrededor porque los percibimos desde esta perspectiva reducida y personal cuando en realidad no son más que tendencias perfectamente naturales y lógicas – estadísticamente hablando – de un contexto más amplio y global.
Dentro de nuestro pequeño mundo cualquier casualidad sería un milagro.
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Encontré este artículo tan divertido y ocurrente
y quise postearlo en mi blog porque creo que ya tenemos la prueba definitiva de que los milagros existen!
Finalmente los ateos pueden realizar su propia peregrinación con la cabeza bien alta, porque la imagen de Darwin -nada más ni nada menos- se ha aparecido en una pared del Palacio de Justicia de Dayton, en Tennessee.
Los partidarios del evolucionismo pueden llevar a sus bebés a tocar la “Verónica” evolucionista y pedir, por ejemplo, que se purifiquen sus rasgos heredados más indeseables.
Frente a la piedra caliza pigmentada con la imagen del autor de
“El origen de las especies“, más de uno ha experimentado el milagro de la conversión al percibir directamente el poder y la gloria del método científico.
Los peregrinos acuden desde todos los puntos geográficos. Por ejemplo el departamento de paleoantropologia de Berkeley ha dado muestras palpables de su fe empírica poniendo guirnaldas y velas encendidas a los pies de Darwin,
pero también es cierto que comienzan a pulular los vendedores callejeros de todo tipo de reliquias de dudoso recurso “ad hoc”.
Como siempre ocurre ante fenómenos de este tipo, no han tardado en dejar oír su voz los disidentes, (hay quien dicen que la imagen representa realmente a Carl Sagan) y los escépticos que dudan del milagro y se atreven a insinuar que “se trata de una mancha en una pared, y nada más”.
Pero en este último caso se trata de adversarios del evolucionismo.
Pero lo cierto es que la mayoría de los evolucionistas tienen la mancha de Dayton por la prueba definitiva que han estado esperando durante décadas.
“¡Es un milagro”, sostienen.
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